'La verbena de la Paloma': La primavera y lo excepcional
Fotografía: Elena del Real |
La primavera ha puesto perdida la ciudad de polen y,
también, de chispa, color y una alegría infinita que altera a todos y cada uno
de los paseantes de la ciudad. La primavera se ha instalado en mayo
definitivamente, sin dejar ya hueco a otra cosa que no sea una luz cálida que
se deja caer sobre los edificios como si de un inmenso mantón de manila se
tratase.
Y es tiempo de asistir a una de las zarzuelas más famosa,
preciosa y divertida de la historia. El Teatro de la Zarzuela ha estrenado ‘La
verbena de la Paloma’ acompañada de una pieza (prólogo cómico–lírico en
un acto y un soneto), ‘Adiós, Apolo’, que ha resultado ser un previo fantástico
que se adapta más que bien a la obra firmada por Tomás Bretón (partitura) y
Ricardo de la Vega (libreto).
Lo mejor es decir las cosas lo antes posible: el estreno ha
sido una fiesta y el público ha disfrutado de lo lindo. Enorme y larga ovación
final para todos los cantantes y bailarines que compartieron los aplausos con
el equipo técnico y musical.
Un momento de la representación de 'Adiós, Apolo'. / Fotografía: Elena del Real |
Álvaro Tato ha escrito el texto del prólogo con acierto y gracia. En la representación de la pieza se interpretan piezas muy conocidas del propio Bretón, de Guerrero o de Chueca entre otros (‘La verbena de la Paloma’, ‘El sobre verde’, ‘La Gran Vía’ o ‘El bateo’, por ejemplo). La pieza es un claro homenaje al Teatro del Apolo (allí se estrenó ‘La verbena de la Paloma’ que sonaría más tarde la noche del cierre del teatro que se destruiría en 1929 para ser sede bancaria posteriormente. Era un teatro de 2000 localidades aproximadamente y un clásico en la vida madrileña de la época; un establecimiento que nos hace recordar ese ‘teatro por horas’ que convirtió en algo cercano y popular lo que había sido exclusivo de las clases más pudientes de la sociedad; y es que representar cuatro funciones cortas diarias de una o distintas obras hacía que el precio pudiera ser menor); cuenta Tato esa última noche en la que la compañía trata de ultimar detalles antes de la función. Divertido, ágil, vistoso y muy adecuado. Mucho mejor que los intentos fallidos de los últimos años en diversas obras del ‘género chico’. Resulta entrañable, de verdad.
Y tras el prólogo, ‘La verbena de la Paloma’ (obra que se
llamó inicialmente ‘La verbena de la Paloma o El boticario y las chulapas y Los
celos mal reprimidos’, título que avisa de todos los asuntos que se tratan en
esta zarzuela).
La obra de Tomás Bretón es de ese autor por los pelos.
Ruperto Chapí era el músico al que se había encargado el trabajo, pero Chapí
abandonó el proyecto al sentirse maltratado por los empresarios del Teatro del
Apolo; Chapí decía que se programaban poco sus obras. Ricardo de la Vega, el libretista
(uno de los mejores escritores del momento), se encontró con Bretón y le propuso,
a la desesperada, que se hiciera cargo de la partitura. Y Bretón accedió. En
tres semanas tenía listo el trabajo que, sin que él lo pudiera imaginar, le
marcaría para siempre. Tomás Bretón pasó a ser el autor de ‘La verbena de la
Paloma’, algo injusto puesto que su obra es extensa, intensa y sobresaliente.
Se trata de un sainete costumbrista lleno de matices, de
momentos chispeantes, de situaciones divertidas, de colores que convierten la
obra en poliédrica. Los recursos musicales que se utilizan son múltiples (desde
escalas armónicas enormes hasta leitmotivs que anuncian lo que va a pasar y
cómo un personaje concreto seguirá moviéndose por el escenario) los perfiles de
los personajes se dibujan con trazo fino gracias a ello. Y por si era poco, incluye
la habanera más famosa de la zarzuela (¿Dónde vas con mantón de Manila? ¿Dónde
vas con vestido chiné?...).
Antonio Comas acompañado por dos bailarines. / Fotografía: Elena del Real |
La dirección musical de José Miguel Pérez–Sierra logró arrancar a la Orquesta de la Comunidad de Madrid (titular del Teatro de la Zarzuela) lo mejor que lleva dentro. Se acompañó a los cantantes con mimo y se buscó que el arco dramático de cada actor se pudiera desplegar de forma precisa. José Miguel Pérez–Sierra lee muy bien la partitura y busca matices más que interesantes.
La directora de escena y
coreógrafa, Nuria Castejón, logra el objetivo y todo se desarrolla con
suavidad, sin empujones, respetando la obra y lo que significa cada elemento
(por ejemplo, la coreografía con la que se abre la obra es un homenaje al
mantón estéticamente precioso y lleno de armonía). La escenografía de Nicolás
Boni es sencilla, funcional y facilita la comprensión de lo que sucede; con
cuatro cosas logra efectos estupendos. Y el vestuario de Gabriela Salaverri es
muy, muy, bonito.
El coro cumple de maravilla;
Borja Quiza (Julián) muy bien; Antonio Comas (Don Hilarión) decidido, eficaz y
la mar de divertido; y el resto de los cantantes muy bien en general. La ‘Tía
Antonia’ de Gurutze Beitia encanta por su grosería tan desbocada como cómica. Y
quiero destacar a Ana San Martín (Casta) por si simpatía y su presencia sobre
las tablas (y con un papel tan corto como el suyo es difícil).
Por cierto, los bailarines lo
hacen fácil y bonito. Otro de los enormes aciertos de la producción.
Y todo esto con la primavera
haciendo que la sangre fluya con ardor y se mezcle en los corazones; y todo
esto bajo un cálido mantón de Manila.
G. Ramírez
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