'Tenorio': Revisando el mito en el Teatro Real
Adriana González, interpretó el papel de Doña Inés. / Fotografía de Javier del Real |
Tengo que insistir en lo
fundamental, y de forma casi literal, en lo que ya dije al disfrutar de esta obra en su estreno el 28 de julio
de 2017 (versión concierto). Fue en San Lorenzo de El Escorial.
Y es que la ópera contemporánea
no es la que más tirón comercial presenta. Eso es una realidad incontestable.
Tampoco es la que pueda encandilar a una persona que se acerque por primera vez
a un teatro para enterarse de qué va la cosa. Resulta extraña para el que llega
nuevo a ese territorio. Ni siquiera es demasiado accesible para los veteranos.
El oído del personal está educado para unas cosas y para otras no. Al menos eso
parece creer un gran número de personas.
Sin embargo, Tomás Marco defiende
que la música no hay que entenderla y lo que hay que hacer es dejarse llevar
por las sensaciones, que la ópera que se hace en la actualidad es un vehículo
narrativo poderoso, útil y cercano. Una buena forma de entender las cosas.
La ópera de cámara ‘Tenorio’ es
una obra que Marco escribió hace algunos años respondiendo al encargo del 'X
Estío Musical Burgalés', un festival que se convirtió en uno de los miles de
daños colaterales que provocó la última gran crisis económica. Desapareció y
con él la posibilidad de estrenar la ópera.
La puesta en escena es, al menos
curiosa, aunque no aporta nada a esa discusión ya antigua que trata de
dilucidar dónde está la frontera que separa ficción y realidad. El escenario
(una pequeña parte de él) se convierte en un set de grabación y podemos ver el
vestuario, lo que tiene que ver con la producción ejecutiva, los camerinos o la
sala de maquillaje. Y podemos ver la imagen -tomada por varias cámaras y en
gran formato- de lo que va sucediendo en el escenario de forma simultánea. El
mito del Don Juan clásico es expulsado del set al comienzo y, finalmente, unos
jóvenes cargados con toda la tecnología moderna, se hacen con el espacio para rodar
su propia versión del mito. Álex Serrano y Pau Palacios de Agrupación Señor
Serrano, se encargaron de la dirección de escena.
Fotografía de Javier del Real |
La partitura es excelente y sirve para que el libreto de Tomás Marco aparezca como una construcción de un mito que ya lo era y que se enriquece con una mirada moderna algo aséptica, pero que abre el abanico de posibilidades un poco más. Para ello mezcla textos de Zorrilla, Tirso de Molina, Da Ponte o Quevedo. Algunos textos, ni siquiera hablan de Don Juan, pero van muy bien colocados en el conjunto y funcionan. Marco tira de su vena más clásica al componer y al dejarnos ver su forma de entender ese mundo en el que se ha sostenido buena parte de nuestras artes. No se pueden poner grandes pegas a su ópera, pero no a todo el mundo le gustará. Sin serlo realmente, ‘Tenorio’ podría resultar una obra árida, exquisita en exceso y reservada para unos pocos; algo que sencillamente es falso.
La percusión en esta ópera tiene
gran importancia. Los caracteres de los personajes son matizados
definitivamente con esa percusión tan presente de principio a fin de la obra.
El resto de la Orquesta Titular del Teatro Real de Madrid cumple a las órdenes
del director musical Santiago Serrate que sigue estando muy plano (como en
2017), y no se anima a buscar arriesgando, a realizar la lectura de una obra
riquísima en matices; y, así, convierte la partitura en un todo mucho más
monótono de lo que es. Podría parecer que el problema es de la partitura, pero
es al revés.
El coro es uno de los grandes aciertos en la composición de Tomás
Marco. Como siempre ocurrió en ópera, utiliza esas voces para comentar lo que
va sucediendo en el escenario. Pero no lo hace de cualquier forma. Marco logra
que la obra tenga en ese coro un lugar en el que el público se instale para
entender el resto. Evocador, divertido y bien diseñado.
Fotografía de Javier del Real |
La soprano Adriana González, interpretó el papel de Doña Inés. En general bien destacando los tonos agudos en los que aparecen colores bien trabajados técnicamente. De dicción estuvo justita. Y este es un problema que puede provocar una falta de comprensión peligrosa y la desconexión total del público si no dispone de sobretítulos.
El tenor Juan Antonio Sanabria,
narrador, estuvo bien. Un buen cantante. Y el barítono Joan Martín-Royo
solventó la papeleta con aparente facilidad y no es fácil puesto que la
exigencia de la partitura es grande. Además, desplegó un arco dramático muy
potente que ayudó a entender lo que su personaje representa en la ópera. Por
cierto, la ópera está dedicada a otro barítono, Alfredo García, y es extraño
que, estando en activo, no sea el que defienda el papel más importante de la
obra. Razones habrá aunque la extrañeza es la que es. Por su parte, el tenor
Juan Francisco Gatell logró un resultado notable. El resto de los cantantes,
incluido el coro formado por programas del programa Crescendo de la Fundación
Amigos del Teatro Real, más que correctos.
Buen estreno.
G. Ramírez
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