William Shakespeare en la ópera (I): El genio de Verdi y la dramaturgia más poderosa de la historia
William Shakespeare ha nutrido con sus obras a muchos compositores que quedaron prendados por su literatura. Y no son precisamente los músicos menores los que eligieron a Shakespeare para crear sus propias obras. En ópera la lista es imponente: Verdi, Wagner, Purcell, Storace, Rossini, Gounod o Britten, son solo un ejemplo del ascendente del escritor.
Son muchas las óperas que se
compusieron sobre la base de una obra de William Shakespeare. No sorprende que
así sea puesto que sus tragedias, sus poemas o sus comedias, encierran buena
parte de la esencia del ser humano y, por tanto, sus reacciones, sus pasiones,
sus debilidades, sus zonas oscuras... No hay mejor material para representar la
realidad sobre un escenario. Los compositores lo han sabido siempre y han
acudido a los textos del Bardo de Avon una y otra vez.
Uno de los que más y mejor adaptó
los textos de Shakespeare para convertirlos en óperas grandiosas fue Giuseppe
Verdi.
Placido Domingo en una representación de 'Macbeth' en el Teatro Real de Madrid /.Fotografía de Javier del Real |
'Macbeth' (ópera en cuatro actos)
Con libreto de Francesco Maria
Piave se estrena en el Teatro Della Pergola (Florencia, 1847). Verdi sigue el
argumento de Shakespeare casi por completo aunque quedan suprimidos algunos
personajes secundarios y algunas situaciones no se rematan argumentalmente. Las
tres brujas que aparecen en el texto original se convierten en un coro completo
en la obra de Verdi.
El compositor quiso afrontar la obra de
Shakespeare con ciertas garantías y un enorme respeto por el autor. 'Macbeth',
fue el primer encuentro entre los textos de uno y la música del otro. Y hay
aspectos en la ópera que nos invitan a pensar que ese deseo de tratar los
textos con mimo llevó a Verdi a transitar caminos nuevos para él hasta ese
momento. Por ejemplo, los giros armónicos que eran desconocidos en las óperas
de Verdi, el uso de un oscurísimo tono de fondo que en esa época era muy
criticado por ser menor o las nuevas tonalidades, eran intentos de no maltratar
una obra tan importante como 'Macbeth'. Por otra parte, algunas escenas se
estructuran en su totalidad desde vértices inusuales. Por ejemplo, cuando el
rey entra en el castillo de su vasallo lo hace sin cantar, no hay palabras,
solo una tranquila y preciosa música de marcha. El rey Duncan morirá en ese
castillo posteriormente.
Cuando se estrenó la ópera, los
aficionados y los expertos se echaban las manos a la cabeza: ¡aquello era una
opera senz’ amore! Verdi se arrimaba a la esencia del trabajo de Shakespeare.
Sobre las tablas mandaban la sicología, la estructura íntima de los personajes.
Y, además, musicalmente eso se dejaba notar con claridad para conseguir una
emoción nueva en la época: recitativos amplísimos, fórmulas musicales que
amplifican todo tipo de emociones, melodía característica con lugar de
importancia, al mismo tiempo en la obertura, que convierte en símbolo para
hablar de aspectos íntimos del personaje al que alude. Todo esto tiene que ver
con sonambulismo, con las sensaciones tras el asesinato, con la brujería (las
brujas son una especie de tercer personaje principal a la que Verdi le da tres
voces con tintes agudos y casi grotescos que hacen pensar en el mismísimo
diablo). Destaca la importancia del coro (comienzo del cuarto acto) en la que
el pueblo expresa el sufrimiento al que se ven sometidos. No podemos olvidar
que Verdi compone 'Macbeth' en pleno Risorgimento y, seguramente, sintió la
necesidad de otorgar un papel de importancia al pueblo.
Si hay que elegir un Macbeth, tal
vez la grabación de RCA con Leornard Warren, Leonie Rysanek y Carlo Bergonzi,
bajo la dirección de Erich Leinsdorf, sea una excelente candidata.
Representación de 'Otello' en el Teatro Real de Madrid. / Fotografía de Javier del Real
Con libreto de Arrigo Boito,
basado en 'The Tragedy of Otello, the moor of Venice' de William Shakespeare, se
estrenó en La Scala de Milán, en 1887.
Verdi omite el primer acto del
texto original y centra toda la acción en Chipre, una vez que Otello y su
esposa viajan allí.
Esta es una enorme y majestuosa
obra dramática. El papel de Otello es uno de esos a los que los tenores se
enfrentan sabiendo que se encuentran frente a un reto de dimensiones colosales.
Si quieren escuchar una grabación
que merezca la pena, no lo duden: RCA. Jon Vickers, Leonie Rysanek y Tito Gobbi
(Otello, Desdémona, Iago, respectivamente). Dirección de Tullio Serafín.
Verdi se interesó especialmente
por el personaje de Iago, pero, finalmente, entendió que era Otello el que
movía toda la dramaturgia desplegada en esta obra por Shakespeare.
Es curioso comprobar cómo la
partitura se tiñe con la sicología de los personajes. El brindis de Iago que
lleva a la embriaguez de Cassio se desarrolla entre una irregularidad musical
que hace pensar en esa mezcla de ideas, en esa borrachera que todo lo confunde.
Por supuesto, el famosísimo credo de Iago (saltos en los intervalos, brutales
unisoni...) es otra muestra de esto que digo.
Otello llena el escenario de
ironía, locura, celos desesperados. Es el personaje que va de lo heroico a lo
más siniestro. Y la partitura acompaña ese cambio de forma maravillosa. Hay que
decir que el mejor Otello de todos los tiempos ha sido Plácido Domingo. Nadie
ha sabido interpretar esa evolución del personaje como él.
Desdémona se construye desde una
elegancia que ningún otro personaje femenino de Verdi ha podido acumular.
Magnífica esa construcción desde instrumentos de madera y música de cámara
durante el diálogo con Emilia y la conclusión con la versión libre del Ave
María (en el texto original no aparece oración alguna y la escena se produce en
distintos momentos).
Por supuesto las escenas en las
que Otello y Desdémona aparecen juntos son fundamentales y su belleza es
incomparable. El ejemplo más característico es el que vemos al final del primer
acto. La felicidad inunda el escenario a través de cambios tonales, una armonía
que varía de forma atrevida y un conjunto que hace del dúo una explosión de
color musical.
'Falstaff' (Comedia lírica en tres
actos)'Falstaff' en la temporada 18/19 en el Teatro Real de Madrid. / Fotografía de Javier del Real
Otro libreto de Arrigo Boito
basado en obras de Shakespeare ('Las alegres comadres de Windsor' y 'El rey
Enrique IV'). La ópera se estrenó el nueve de febrero de 1893 en La Scala de
Milán.
Verdi tendió a simplificar la
trama y utilizó menos personajes de los que aparecen en los originales.
Sir John Falstaff intenta seducir a dos damas casadas y al mismo tiempo. Los maridos le pondrán en ridículo de forma pública. Este sería un resumen minimalista de la trama.
Verdi escribió más de veinte
tragedias de éxito. Y con más de 70 años se animó con una comedia. Fue
inesperado por completo. Poco antes del estreno de 'Falstaff', La Gazetta
Musicale había publicado unas declaraciones de Rossini en las que este afirmaba
que no veía capaz a Verdi de componer una ópera semi seria y mucho menos una
bufa.
Arrigo Boito trabajó con
inteligencia y escapó de un libreto fácil. Es evidente que el texto original de 'Las alegres comadres de Windsor' no es el mejor del autor y encierra cierto
peligro. Boito centra la acción en el imbroglio del final del acto II. Huía,
así, de la búsqueda de situaciones grotescas que eliminaban todo tipo de
posibilidad de hacer una ópera que mereciese la pena. Todo lo que funcionaba en
teatro, pero era irrelevante en una ópera, lo eliminó sin problemas. Además,
recurrió a 'El rey Enrique IV' para dar cierta profundidad a los personajes El
monólogo del honor de Falstaff procede de esta obra, por ejemplo; y son los que
evitan que el personaje se convierta en una irrisión. El amor es pieza clave,
también, en la obra. Y, si bien sigue instalado en una zona cómica se consigue
que se presente ante el público como algo alejado de la guasa. La poesía se
apodera de la trama. Incluso cuando la magia y la fantasía entran en escena es
la lírica lo que ordena el universo dibujado por Verdi.
Esta es la obra en la que el
compositor dejó claro que su música era primorosa. Ya lo sabía el mundo entero,
pero con esta demostración cualquier duda quedaba disipada. Las pequeñas formas
encadenadas sustituyen a las arias; los personajes enormes son eliminados y lo
que tenemos son secundarios que se alzan con fuerza para que destaquen sus
características; la música es la propia de una gran orquesta de salón y sus
solistas en la que los alardes son constantes.
No se me ocurre un matrimonio
mejor entre dramaturgo y compositor que este entre Verdi y Shakespeare.
Pero hay más y muy bien avenidos.
G. Ramírez
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