Una noche con Medea en el Teatro Real de Madrid
Fotografía de Javier del Real |
Es verdad que ese teatro con el que los griegos destilaban sus dudas existenciales se exportó luego a Roma en donde compitió por el favor del público con otros espectáculos menos preguntones sobre esto tan raro del vivir, pero más bulliciosos y festivos como el circo, las termas y los leones. Hoy vivimos en esa mezcla heredada donde parece que el circo le ha ganado el pulso a los griegos y donde la diferencia de espectadores entre el fútbol y la ópera es abismal, aunque ambos espectáculos conviven como pueden en nuestra sociedad.
Ayer una historia de esas que contaban los griegos, pudimos disfrutarla a través de la estupenda música del compositor francés y barroco Charpentier que usted ya ha escuchado alguna vez aunque no sepa que lo sabe, ya que la sintonía con la que se abren las retransmisiones de Eurovisión es precisamente de este compositor, en concreto de su 'Te Deum'. Si lo cuenta a sus amigos, les impresionará, no lo dude.
El Teatro Real llevaba sin programar una ópera del barroco francés desde que inició esta nueva etapa que comienza en 1997 y acertó para romper esta tendencia al escoger una obra maravillosa de Charpentier, que por lo demás estuvo unos 300 años sin ser escuchada de nuevo, en parte por las maniobras de Lully, otro compositor de la época con enorme poder artístico en la Francia de aquel tiempo que además de ser excelente músico, era aficionado a poner zancadillas a sus rivales, como fue el caso de Charpentier. Es excelente la iniciativa del Teatro Real que tanto tiempo después y con toda justicia, contradice los deseos de Lully para darnos a conocer este tesoro musical.
Véronique Gens (Médée) y Ana Vieira Leite (Créuse). / Fotografía: Javier del Real |
Es fácil caer en la idea de que nuestra manera de vivir y la sociedad en la que nos desenvolvemos nada tiene que ver con la de los antiguos a quienes consideramos primitivos y atrasados y es aquí donde emerge la conexión con la voz de clásicos que nos susurran desde el otro lado del tiempo para descubrirnos que nuestras tragedias y penurias, son las mismas de entonces y que el sufrimiento nos hermana con ellos. Una idea hermosa que toma forma cada vez que abrimos alguno de aquellos textos antiguos y que nos esperan, con la paciencia que tiene el papel, en las estantería de cualquier biblioteca pública.
Por eso la ópera de Charpentier y la historia que tiene que contarnos ya nos resulta conocida, nos hemos encontrado con ella en las noticias, en los periódicos y lamentablemente es un argumento cuya aparición está garantizada en los medios del futuro, como tienen el hábito de hacerlo los sucesos más brutales.
La terrible historia de esta ópera se adentra dramáticamente en el amor y su lado más oscuro que corresponde al dolor y los celos por su pérdida a causa de una tercera persona. Nada que no hayamos conocido, bien en persona o a través de alguna historia cercana que haya llegado hasta nosotros. Medea no se instala en el dolor por la pérdida, ni acude a una amiga para que la escuche o se da a la fiesta y al vino para disolver su herida. Medea decide tomar venganza de la manera más tremenda que podamos imaginar, asesinando no solo a sus dos hijos, sino a la mujer que ha usurpado su lugar en el corazón de Jasón. Y lo hace ayudándose de la magia e invocando un coro de seres demoníacos, que por lo demás interpretaron excelentemente el coro de Les Arts Florissants. Lo hicieron modificando sus voces para darles un tinte abismal aunque sin dañar la música, un arriesgado equilibrio que solo un gran director puede realizar, no exento de riesgo, pero que si se consigue alcanza unos resultados sorprendentes.
Aterrizando en la música, ésta alcanza momentos de esplendor, sobre todo según avanza el drama, donde su intensidad crece alrededor de los protagonistas, una música que pone la instrumentación al servicio de la tensión emocional de los personajes y que se alza cargada de matices psicológicos que enmarcan la acción y que William Christie supo extraer de las entrañas de la partitura. Si pudiésemos dejar a un lado el estilo finamente barroco en el que se desarrolla su estilo compositivo, podríamos percibir una intención romántica en el espíritu de Charpentier, que tan bien ha comprendido el drama teatral, no en vano trabajó con Moliere en algunas de sus obras de teatro.
Fotografía: Javier del Real |
En cuanto a los cantantes tuvimos la fortuna de escuchar un reparto de primer nivel que hizo posible que nos llegase en todo su esplendor la música de Charpentier, desde Véronique Gens que interpretaba a la furibunda Medea en un rol complejo, intenso y que requería no solo de una manera depurada de cantar sino de una inteligencia que hizo patente esta soprano, hasta un espléndido Jasón, príncipe de Tesalia, en la voz de Reinoud van Mechelen de vocalidad noble, excelente en su proyección y con un color hermoso y redondo. Ana Viera Leite, el el papel de Créuse, con una maravillosa manera de cantar que le dio un toque de inocencia a su personaje, sin olvidarnos de la excelente manera de interpretar del resto del equipo que merecen parecidos elogios y que abreviamos por no extendernos en adjetivos, como Marc Maullon, Emmanuelle de Negri, Élodie Fonnard, Lisandro Abadie, Lucía Martín Cartón, Mariasole Mainini y el resto del elenco.
La ópera se presentó como semi-escenificada, que es una manera de decir que no se han llevado a cabo los trabajos creativos habituales que completan la puesta en escena de un ópera. Marie Lambert-Le Bihan, que se presentaba en el programa como coordinadora escénica, hizo un excelente trabajo con los medios que suponemos que contó, no echándose en falta el resto de elementos que completan una puesta en escena y con momentos imaginativos que le dieron un toque fantástico a la ópera.
El coro y la orquesta de Les Arts Florissants completaron con su magnífica interpretación una noche de reencuentro memorable con la música de quien no debió desaparecer de los escenarios operísticos.
Por finalizar, ¿se imaginan una ópera sin cantantes? Es una
pregunta que sugiere la lectura del programa de mano en el que se echó en falta
la breve biografía con su imagen de los cantantes, más allá de que figurase el
nombre escrito. Los cantantes son al fin y al cabo parte fundamental sobre la
que se asienta una función de ópera. Privilegio impreso del que sí gozaron con
justicia William Christie y Marie
Lambert-Le Bihan, ausencia que se solventó finalmente
en el programa online.
Mari López
0 comments