'Madama Butterfly': Ser o no ser un 'hooligan'

by - julio 15, 2024

Ailyn Pérez (Cio-Cio-San). / Javier del Real

El verano ya se instaló, hace algunos días, en Madrid. El sol parece querer quedar tatuado en el asfalto, cada esquina se ha convertido en una trampa de calor que, si bien no han sido especialmente tremendas hasta ahora, prometen ser contundentes con el que se atreva a salir a pasear antes del atardecer. El calor de Madrid lo envuelve todo y se cierra sobre sí mismo atrapando a millones de personas que cambian los hábitos para poder disfrutar de la ciudad.

Salgo del Teatro Real de Madrid, de disfrutar mucho de la representación de ‘Madama Butterfly’ de Giacomo Puccini; y pienso que conviene tomar distancia respecto a lo que queremos analizar. Mirar, analizar, diagnosticar y tomar decisiones o adoptar una postura determinada. Esa sería la secuencia, más o menos. Pero esa distancia no puede tomarse en una sola dirección; es necesario trazar un círculo imaginario alrededor de lo analizado y poder colocarnos en cualquier punto de esa circunferencia. De cualquier otro modo, nos vamos convirtiendo en ‘hooligans’ que terminan haciendo de la ceguera su arma absurda.

La representación de hoy (todas las que están programadas) se la dedicaban a Victoria de los Ángeles al celebrarse los cien años de su nacimiento. Un ambiente extraordinario para recibir al segundo reparto en el que intervienen Ailyn Pérez (Cio-Cio-San); Nino Surguladze (Suzuki), Charles Castronovo (B. F. Pinkerton) y Gerardo Bullón (Sharpless) entre otros. En la dirección musical, Nicola Luisotti. En el foso la Orquesta Titular del Teatro Real y sobre el escenario el Coro Titular.

Luisotti comenzaba igual de bien que acababa, arrancando lo mejor de los músicos, buscando esos matices que Puccini trabajaba tan bien para que sus personajes fueran dibujándose con trazo fino, arropando a los cantantes y respetando la evolución de la obra. Luisotti estuvo muy, muy, bien y así se lo reconoció el público al final de la representación.

Ailyn Pérez tiene una voz bonita aunque no embelesa ni emociona con facilidad. Se pierde un poco en las zonas más graves y estrecha la voz en exceso en los agudos. Estuvo correcta sin cometer errores de bulto. El problema es más de fondo que de forma, el problema es que no termina de arropar la platea con su voz. La voz de la cantante se instala en un territorio común en el que comparte características con un buen número de cantantes que, si bien tienen un timbre agradable y técnicamente se defienden, no enamoran. Nino Surguladze, bien. Castronovo, correcto; y Bullón muy bien y desarrollando un arco dramático que arma desde la naturalidad. Bullón gustó mucho y demostró que su preparación técnica es robusta y eficaz. Este cantante sí transmite esas sensaciones que podemos esperar de un personaje creado por Puccini. El segundo reparto de la producción no desmerece y logra cerrar un trabajo más que interesante.

Foto: Javier del Real

Puccini dibujó un universo en ‘Madama Butterfly’ que representa un país (Japón) muy distinto al actual aunque, en ambos casos, nos encontramos ante un lugar remoto en el que las costumbres son muy distintas a las occidentales; antes y en el presente. La cultura oriental poco tiene que ver con la occidental y es preciso no instalarse en los tópicos para poder pensar bien eso que nos queda tan lejos. Efectivamente, una geisha no puede confundirse con una prostituta europea que ejerce su profesión en cualquier club de alterne. Una geisha es lo que es y no está nada claro que se las pueda comparar con una meretriz. Efectivamente, los quince años de una mujer a principio del siglo XX pesaban mucho más que ahora y, con esa edad, algunas mujeres estaban casi obligadas a ser adultas. Pero los quince años de una mujer son, exactamente, quince años. Efectivamente, la producción (del Teatro Regio Torino) que se representa en el Teatro Real de Madrid de la ópera de Puccini convierte a Cio-Cio-San en una prostituta, el matrimonio de conveniencia entre ella y Pinkerton se tiñe de pederastia y el escenario se convierte en algo alejado de la belleza y la sensibilidad. Pero ¿alguna vez lo que cuenta Puccini fue bello; Pinkerton no es un ser despreciable desde el momento de nacer? Un espectador que tenía a mi derecha se quejaba amargamente porque el hijo de Cio-Cio-San tiene tres años en la ópera de Puccini y sobre el escenario aparece un chaval de siete u ocho. Pero no se fija en que la cantante que encarna el personaje de Cio-Cio-San no tiene quince años, ni mucho menos. Ailyn Pérez, la soprano, es bastante mayor. Si queremos ver un problema en estas cosas podemos hacerlo aunque la postura es, al menos, estéril. Por otra parte, ‘el Pinkerton’ que el director de escena, Damiano Michieletto, pone a funcionar en escena es un golfo sin escrúpulos que no se piensa dos veces lo que puede suponer destrozar la vida a la geisha; es muy parecido, guste poco o nada a algunos, al que crearon Giacosa y Illica en el libreto original. Pero este de Michieletto tiene una pinta mucho más desagradable, no tiene ni un rasgo romántico. En fin, la puesta en escena del italiano es bastante más cercana de lo que pueda parecer a la ópera de Puccini y se justifica de principio a fin. Se ha discutido (sobre todo, el día del estreno) aunque Puccini se adelantó mucho a su tiempo y sabía que estaba contando una historia de amor falsa y corrosiva. El universo de Puccini puede convertirse en un barrio periférico de alguna ciudad de Japón (de Oriente en general) en el que las prostitutas campan a sus anchas, en el que la pederastia se consiente si el pago es en efectivo y abundante; en el que se trafica con personas, al fin y al cabo; y en el que hombres sin escrúpulos pueden arruinar la dignidad de las mujeres sin que existan consecuencias para ellos. El universo de Puccini se convierte en algo que no gusta nada de nada. Y, aunque no sean pocos los que prefieren pensar que las cosas pueden ser siempre amables y de colorines, tampoco faltan los que creen que la realidad no se puede sepultar bajo una montaña de algodón de azúcar.

Charles Castronovo (B. F. Pinkerton). / Javier del Real

La lectura que hace Michieletto es audaz y acertada y no impide, en ningún caso, el desarrollo del personaje. Lo que sucede es que en ese desarrollo pesan más algunos rasgos que en otras producciones pasan desapercibidas. Es una cuestión de importancia de cada arista, de los matices. Sólo eso. Ni se desfigura a los personajes ni nada parecido. No hace falta decir que la partitura queda intacta. Y, por supuesto, se respeta que guste más o menos ver a la protagonista vestida con tejanos y un jersey hortera.

Sea como sea, la importancia de la obra radica en la partitura, en las voces, en la batuta del director musical que arranca lo mejor (o no) de la orquesta… Hablamos demasiado de la puesta en escena y eso no es lo más importante. Ni siquiera creo yo que Michieletto buscara tanto protagonismo al plantear su trabajo.

Y dicho todo esto, vuelta a esa ciudad que se va a colocarse junto al refranero. Ya saben lo que dice: En Madrid se viven nueve meses de invierno y tres de infierno. Aunque con Puccini resonando todo se lleva mejor. Y no cuentan las puesta en escena.

G. Ramírez

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