'Madama Butterfly': Ser o no ser un 'hooligan'
Ailyn Pérez (Cio-Cio-San). / Javier del Real |
El verano ya se instaló, hace
algunos días, en Madrid. El sol parece querer quedar tatuado en el asfalto, cada
esquina se ha convertido en una trampa de calor que, si bien no han sido
especialmente tremendas hasta ahora, prometen ser contundentes con el que se
atreva a salir a pasear antes del atardecer. El calor de Madrid lo envuelve
todo y se cierra sobre sí mismo atrapando a millones de personas que cambian
los hábitos para poder disfrutar de la ciudad.
Salgo del Teatro Real de Madrid,
de disfrutar mucho de la representación de ‘Madama Butterfly’ de Giacomo
Puccini; y pienso que conviene tomar distancia respecto a lo que queremos
analizar. Mirar, analizar, diagnosticar y tomar decisiones o adoptar una
postura determinada. Esa sería la secuencia, más o menos. Pero esa distancia no
puede tomarse en una sola dirección; es necesario trazar un círculo imaginario
alrededor de lo analizado y poder colocarnos en cualquier punto de esa
circunferencia. De cualquier otro modo, nos vamos convirtiendo en ‘hooligans’
que terminan haciendo de la ceguera su arma absurda.
La representación de hoy (todas
las que están programadas) se la dedicaban a Victoria de los Ángeles al celebrarse
los cien años de su nacimiento. Un ambiente extraordinario para recibir al
segundo reparto en el que intervienen Ailyn Pérez (Cio-Cio-San); Nino
Surguladze (Suzuki), Charles Castronovo (B. F. Pinkerton) y Gerardo Bullón
(Sharpless) entre otros. En la dirección musical, Nicola Luisotti. En el foso
la Orquesta Titular del Teatro Real y sobre el escenario el Coro Titular.
Luisotti comenzaba igual de bien
que acababa, arrancando lo mejor de los músicos, buscando esos matices que
Puccini trabajaba tan bien para que sus personajes fueran dibujándose con trazo
fino, arropando a los cantantes y respetando la evolución de la obra. Luisotti
estuvo muy, muy, bien y así se lo reconoció el público al final de la
representación.
Ailyn Pérez tiene una voz bonita
aunque no embelesa ni emociona con facilidad. Se pierde un poco en las zonas
más graves y estrecha la voz en exceso en los agudos. Estuvo correcta sin
cometer errores de bulto. El problema es más de fondo que de forma, el problema
es que no termina de arropar la platea con su voz. La voz de la cantante se
instala en un territorio común en el que comparte características con un buen
número de cantantes que, si bien tienen un timbre agradable y técnicamente se
defienden, no enamoran. Nino Surguladze, bien. Castronovo, correcto; y Bullón
muy bien y desarrollando un arco dramático que arma desde la naturalidad.
Bullón gustó mucho y demostró que su preparación técnica es robusta y eficaz.
Este cantante sí transmite esas sensaciones que podemos esperar de un personaje
creado por Puccini. El segundo reparto de la producción no desmerece y logra
cerrar un trabajo más que interesante.
Foto: Javier del Real |
Puccini dibujó un universo en
‘Madama Butterfly’ que representa un país (Japón) muy distinto al actual
aunque, en ambos casos, nos encontramos ante un lugar remoto en el que las costumbres
son muy distintas a las occidentales; antes y en el presente. La cultura
oriental poco tiene que ver con la occidental y es preciso no instalarse en los
tópicos para poder pensar bien eso que nos queda tan lejos. Efectivamente, una geisha
no puede confundirse con una prostituta europea que ejerce su profesión en
cualquier club de alterne. Una geisha es lo que es y no está nada claro que se
las pueda comparar con una meretriz. Efectivamente, los quince años de una
mujer a principio del siglo XX pesaban mucho más que ahora y, con esa edad,
algunas mujeres estaban casi obligadas a ser adultas. Pero los quince años de
una mujer son, exactamente, quince años. Efectivamente, la producción (del
Teatro Regio Torino) que se representa en el Teatro Real de Madrid de la ópera
de Puccini convierte a Cio-Cio-San en una prostituta, el matrimonio de
conveniencia entre ella y Pinkerton se tiñe de pederastia y el escenario se
convierte en algo alejado de la belleza y la sensibilidad. Pero ¿alguna vez lo
que cuenta Puccini fue bello; Pinkerton no es un ser despreciable desde el
momento de nacer? Un espectador que tenía a mi derecha se quejaba amargamente
porque el hijo de Cio-Cio-San tiene tres años en la ópera de Puccini y sobre el
escenario aparece un chaval de siete u ocho. Pero no se fija en que la cantante
que encarna el personaje de Cio-Cio-San no tiene quince años, ni mucho menos.
Ailyn Pérez, la soprano, es bastante mayor. Si queremos ver un problema en
estas cosas podemos hacerlo aunque la postura es, al menos, estéril. Por otra
parte, ‘el Pinkerton’ que el director de escena, Damiano Michieletto, pone a
funcionar en escena es un golfo sin escrúpulos que no se piensa dos veces lo
que puede suponer destrozar la vida a la geisha; es muy parecido, guste poco o
nada a algunos, al que crearon Giacosa y Illica en el libreto original. Pero
este de Michieletto tiene una pinta mucho más desagradable, no tiene ni un
rasgo romántico. En fin, la puesta en escena del italiano es bastante más
cercana de lo que pueda parecer a la ópera de Puccini y se justifica de
principio a fin. Se ha discutido (sobre todo, el día del estreno) aunque
Puccini se adelantó mucho a su tiempo y sabía que estaba contando una historia
de amor falsa y corrosiva. El universo de Puccini puede convertirse en un
barrio periférico de alguna ciudad de Japón (de Oriente en general) en el que
las prostitutas campan a sus anchas, en el que la pederastia se consiente si el
pago es en efectivo y abundante; en el que se trafica con personas, al fin y al
cabo; y en el que hombres sin escrúpulos pueden arruinar la dignidad de las
mujeres sin que existan consecuencias para ellos. El universo de Puccini se
convierte en algo que no gusta nada de nada. Y, aunque no sean pocos los que
prefieren pensar que las cosas pueden ser siempre amables y de colorines,
tampoco faltan los que creen que la realidad no se puede sepultar bajo una
montaña de algodón de azúcar.
Charles Castronovo (B. F. Pinkerton). / Javier del Real |
La lectura que hace Michieletto es
audaz y acertada y no impide, en ningún caso, el desarrollo del personaje. Lo
que sucede es que en ese desarrollo pesan más algunos rasgos que en otras
producciones pasan desapercibidas. Es una cuestión de importancia de cada
arista, de los matices. Sólo eso. Ni se desfigura a los personajes ni nada
parecido. No hace falta decir que la partitura queda intacta. Y, por supuesto,
se respeta que guste más o menos ver a la protagonista vestida con tejanos y un
jersey hortera.
Sea como sea, la importancia de
la obra radica en la partitura, en las voces, en la batuta del director musical
que arranca lo mejor (o no) de la orquesta… Hablamos demasiado de la puesta en
escena y eso no es lo más importante. Ni siquiera creo yo que Michieletto
buscara tanto protagonismo al plantear su trabajo.
Y dicho todo esto, vuelta a esa
ciudad que se va a colocarse junto al refranero. Ya saben lo que dice: En
Madrid se viven nueve meses de invierno y tres de infierno. Aunque con Puccini
resonando todo se lleva mejor. Y no cuentan las puesta en escena.
G. Ramírez
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