Arte, constancia y alcohol
Pierre Jahan. Louvre museum in Paris. Spring cleaning in the Great Hall, 1947. |
Lo que rodea las manifestaciones
artísticas en algunos foros concretos, me irrita. Más a menudo de lo que
quisiera.
Por lo visto, para ser artista
hay que ser muy excéntrico, beber grandes cantidades de alcohol, fumar hasta la
extenuación, tener la mirada perdida casi siempre, hablar de autores a los que
no conoce ni su madre, mostrar cierto desprecio por los que no son artistas,
mostrar un desprecio descomunal por aquellos que tratan de llegar a serlo,
odiar a muerte a todo aquel que despunta o que tiene la desfachatez de asomar y
no tener complejos al mostrar su trabajo. Eso o ser un estirado que fuma en
pipa y al que hay que llamar de usted. Además, por lo visto, para ser artista
no hace falta serlo. Novelistas que no escriben, pero beben y comparten
borrachera con uno que si lo hace (mal, pero lo hace); pintores que fuman mucho
aunque no agarran un pincel desde que son pequeñitos y alternan con escultores
que escriben en la revista ‘La escultura es la vida y nadie nos lo podrá robar’
o poetas que presumen de ser malditos y sufren de la incomprensión social. Son
los inventores de un arte inútil y estúpido. Los inventores de lo que podríamos
llamar la escuela ‘sólo nosotros entendemos de arte, tú limítate a mantener el
pico cerrado’. Eso o escribir una buena novela o pintar un cuadro excelente y
luego (ya da igual) cualquier cosa porque la marca ya está creada y a salvo.
Soy novelista, padre de cuatro
hijos, madrugador (me levanto a las seis de la mañana cada día para trabajar),
no bebo, no fumo, la mirada no la tengo perdida y procuro desmitificar todo
este tinglado. Como muchos otros, vaya. Y me irrita tanta idiotez, tanto
corralito cerrado a cal y canto, tanto defender autores imposibles para elevar
un poco más un listón (¿?) que impida que una persona ilusionada y con
cualidades extraordinarias se pueda atrever a meter las narices donde no le
llaman. Me irrita porque es todo una gran mentira. Escribir o pintar no tiene
nada que ver con el alcohol, ni con tener un buen montón de facturas sin pagar,
ni con haber leído libros que no hay quien se los trague. Saber con qué tiene
que ver es otro cantar, pero desde luego con eso no. Otro cantar que muchos si
conocen ni se plantean.
Hay una cosa que es segura: la
creación está muy pegada al trabajo diario, a la constancia. Y eso es justo de
lo que huyen esa banda de artistas que dicen serlo sin saber lo que supone
crear; esos que nos quieren hacer creer que las artes son propiedad de unos
cuantos individuos atormentados y poseedores de un don especial, secreto. Y no.
Esos a los que me refiero son unos caraduras que no han trabajado en su vida;
y, además, intentan que los demás trabajen para ellos. Los verdaderos artistas
no se dedican a nada que no sea su propia obra. También beben y fuman y tienen
un millón de defectos, pero no se dedican a perder el tiempo haciendo creer que
las cosas son como quieren ellos que sean. Otra cosa es que se dejen claras las
posturas, las opiniones, que se discuta y que se pelee por la cultura, sea cual
sea el precio que se tenga que pagar. Eso es otra cosa que no tiene que ver con
los corralitos. Tiene que ver con la generosidad.
Soy el primero que se revela
contra el intrusismo, contra el abaratamiento de las artes, contra esa especie
de aquí vale todo y, contra ‘como, los que no somos artistas, pero queremos
parecerlo, somos más y usted se calla’. Soy el primero en rechazar las
actitudes estúpidas sean cuales sean. Pero creo estar, al mismo tiempo, en
primera fila cuando se trata de ofrecer oportunidades, de crear alternativas.
Porque creo en el talento, porque creo en la normalidad con la hay que
enfrentar un asunto tan extraordinario como es la cultura. Ni con pipa ni con
extravagancias.
Los disfraces de artista, de
maldito, de exquisito o de enfermera, no son más que disfraces. Y, que yo sepa,
esto no es un baile. Esto es algo mucho más serio al que se le ha perdido el
respeto peligrosamente.
G. Ramírez
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