Bill Evans: El pianista total (II)

by - octubre 15, 2024


Bill Evans era un músico introvertido y su música era fiel reflejo de su personalidad. Su adicción a las drogas, primero a la heroína y más tarde a la cocaína, marcó decisivamente su carrera, su forma de hacer música, y acabó con su vida el año 1980. Evans formó parte de una generación de músicos de jazz que vivieron con frenesí sabiendo que la factura sería elevada. Pero logró dejarnos un puñado de grabaciones inolvidables y muy difíciles de superar.

Tras conseguir cotas de calidad musical inmensas poniendo en práctica eso que Evans llamaba ‘ritmo interiorizado’ (insinuación, mensaje implícito y no explícito, deconstrucción de la base rítmica para llevar los instrumentos a un diálogo profundo de sentido) y tras la muerte de LaFaro; Evans desapareció del mapa musical.

Son conocidos los problemas que este músico arrastró con las drogas. Pertenece a una generación de artistas que llevaba aparejado el consumo de todo tipo de sustancias estupefacientes. Desde Parker esto era una constante. Y esto marcó su carrera musical.

Pero, por supuesto, Evans regresó para formar nuevos grupos (casi siempre tríos y pequeños combos) y hacer música con los mejores instrumentistas del momento. Ya se había formado una fama muy importante y no le resultó difícil tocar junto a Lee Konitz, Stan Getz o Zoot Sims, por ejemplo. En cualquier caso, Evans siempre prefirió el trío como grupo para hacer jazz.

Todo estaba cambiando, los movimientos musicales progresaban y se multiplicaban. Aunque Evans seguía siendo fiel a la improvisación tonal y lineal. Y son poquísimos los pianistas que no asimilaron la música de Evans. Todavía hoy, sigue ocurriendo. La expresividad al emplear los tonos y un fraseo rítmico único en la historia del jazz son irresistibles para cualquier aficionado, pero, también, para cualquier pianista.

Escuchar el piano de Evans resulta, siempre, una delicia. Ni una nota impostada o ni un momento de búsqueda de lucimiento gratuito o expresión forzada; nunca se instaló en territorios ya sobados por otros sino que, incluso en las zonas más estereotipadas, convertía todo lo que interpretaba en auténtico.

Durante los años sesenta y setenta, Evans tocó muchísimo. Y los problemas con las drogas hacían estragos. El problema se multiplicó en los setenta. Lo que provoca cierta sorpresa es que su música siempre se encontraba en otra dimensión a pesar de todo, en algún lugar en el que la realidad no podía provocar destrozos. Esa mística en la música de Evans siempre acompañaba.

Durante esas dos décadas, Evans logró grabaciones y actuaciones en directo que resultan únicas e inolvidables. Fueron muchos los tríos con los que se presentó sobre el escenario. Evans hacía música en la que lo pequeño era fundamental. Todo lo que hacía parecía sostenerse sobre detalles cuidados y pulidos hasta límites impensables.

No faltaron algunas entregas de grabaciones que, seguramente influido por Tristano, se realizaron utilizando el overdubbing. El disco más famoso que grabó de este modo es ‘Conversations With Myself’. Sobre pistas ya grabadas, el pianista incluía otras más de modo que se escucha a Evans tocando doblemente y dialogando con el instrumento.

Otro de los hitos de esta época musical de Evans es el matrimonio sobre el escenario y en los estudios de grabación con Jim Hall; un guitarrista que entendió perfectamente qué era lo que buscaba Evans con la música.

Ya en los años setenta, Bill Evans (retirado de las drogas) quiso mostrarse de forma más absoluta, con mayor fuerza. Esto hizo que el liderazgo en los tríos fuera mucho más poderoso, el diálogo más reducido y sí era evidente quién acompañaba y quién era el líder de la banda. El punto más elevado llegó al tocar junto a Marc Johnson (bajo) y Joe LaBarbera (batería). Del mismo modo que la interioridad había sido la marca más acusada en su música durante épocas anteriores, Evans era capaz, en ese momento, de convertir un tema cualquiera en algo más nervioso y atronador.

En 1980, otra vez enganchado a las drogas, una úlcera terminó con su vida. Como otros músicos de jazz tenía que pagar factura por una vida desordenada y frenética.

Quedarán para siempre algunas grabaciones que no serán fácilmente superables. Las que logró en 1961, en el New York’s Village, es casi extraterrestre. Se realizaron junto a Motian y LaFaro. Anoten estos títulos: ‘My Man’s Gone Now’, ‘My Foolish Heart’ o ‘Gloria’s Step’. Si escuchan, por ejemplo, ‘My Foolish Heart’, comprobarán que todo parece moverse a cámara lenta y que, sin embargo, la pieza tiende a la continuidad, a no perderse nunca en lo inmóvil. Nunca se había grabado algo tan lentamente para crear un ritmo tan poderoso. Una auténtica maravilla.

G. Ramírez

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