Bill Evans: El pianista total (II)
Bill Evans era un músico introvertido y su música era fiel reflejo de su personalidad. Su adicción a las drogas, primero a la heroína y más tarde a la cocaína, marcó decisivamente su carrera, su forma de hacer música, y acabó con su vida el año 1980. Evans formó parte de una generación de músicos de jazz que vivieron con frenesí sabiendo que la factura sería elevada. Pero logró dejarnos un puñado de grabaciones inolvidables y muy difíciles de superar.
Tras conseguir cotas de calidad
musical inmensas poniendo en práctica eso que Evans llamaba ‘ritmo
interiorizado’ (insinuación, mensaje implícito y no explícito, deconstrucción
de la base rítmica para llevar los instrumentos a un diálogo profundo de
sentido) y tras la muerte de LaFaro; Evans desapareció del mapa musical.
Son conocidos los problemas que
este músico arrastró con las drogas. Pertenece a una generación de artistas que
llevaba aparejado el consumo de todo tipo de sustancias estupefacientes. Desde
Parker esto era una constante. Y esto marcó su carrera musical.
Pero, por supuesto, Evans regresó
para formar nuevos grupos (casi siempre tríos y pequeños combos) y hacer música
con los mejores instrumentistas del momento. Ya se había formado una fama muy
importante y no le resultó difícil tocar junto a Lee Konitz, Stan Getz o Zoot
Sims, por ejemplo. En cualquier caso, Evans siempre prefirió el trío como grupo
para hacer jazz.
Todo estaba cambiando, los
movimientos musicales progresaban y se multiplicaban. Aunque Evans seguía
siendo fiel a la improvisación tonal y lineal. Y son poquísimos los pianistas
que no asimilaron la música de Evans. Todavía hoy, sigue ocurriendo. La
expresividad al emplear los tonos y un fraseo rítmico único en la historia del
jazz son irresistibles para cualquier aficionado, pero, también, para cualquier
pianista.
Escuchar el piano de Evans
resulta, siempre, una delicia. Ni una nota impostada o ni un momento de
búsqueda de lucimiento gratuito o expresión forzada; nunca se instaló en
territorios ya sobados por otros sino que, incluso en las zonas más
estereotipadas, convertía todo lo que interpretaba en auténtico.
Durante los años sesenta y
setenta, Evans tocó muchísimo. Y los problemas con las drogas hacían estragos.
El problema se multiplicó en los setenta. Lo que provoca cierta sorpresa es que
su música siempre se encontraba en otra dimensión a pesar de todo, en algún
lugar en el que la realidad no podía provocar destrozos. Esa mística en la
música de Evans siempre acompañaba.
Durante esas dos décadas, Evans
logró grabaciones y actuaciones en directo que resultan únicas e inolvidables.
Fueron muchos los tríos con los que se presentó sobre el escenario. Evans hacía
música en la que lo pequeño era fundamental. Todo lo que hacía parecía
sostenerse sobre detalles cuidados y pulidos hasta límites impensables.
No faltaron algunas entregas de
grabaciones que, seguramente influido por Tristano, se realizaron utilizando el
overdubbing. El disco más famoso que
grabó de este modo es ‘Conversations With Myself’. Sobre pistas ya grabadas, el
pianista incluía otras más de modo que se escucha a Evans tocando doblemente y
dialogando con el instrumento.
Otro de los hitos de esta época
musical de Evans es el matrimonio sobre el escenario y en los estudios de
grabación con Jim Hall; un guitarrista que entendió perfectamente qué era lo
que buscaba Evans con la música.
Ya en los años setenta, Bill
Evans (retirado de las drogas) quiso mostrarse de forma más absoluta, con mayor
fuerza. Esto hizo que el liderazgo en los tríos fuera mucho más poderoso, el
diálogo más reducido y sí era evidente quién acompañaba y quién era el líder de
la banda. El punto más elevado llegó al tocar junto a Marc Johnson (bajo) y Joe
LaBarbera (batería). Del mismo modo que la interioridad había sido la marca más
acusada en su música durante épocas anteriores, Evans era capaz, en ese
momento, de convertir un tema cualquiera en algo más nervioso y atronador.
En 1980, otra vez enganchado a
las drogas, una úlcera terminó con su vida. Como otros músicos de jazz tenía
que pagar factura por una vida desordenada y frenética.
Quedarán para siempre algunas
grabaciones que no serán fácilmente superables. Las que logró en 1961, en el
New York’s Village, es casi extraterrestre. Se realizaron junto a Motian y
LaFaro. Anoten estos títulos: ‘My Man’s Gone Now’, ‘My Foolish Heart’ o
‘Gloria’s Step’. Si escuchan, por ejemplo, ‘My Foolish Heart’, comprobarán que
todo parece moverse a cámara lenta y que, sin embargo, la pieza tiende a la
continuidad, a no perderse nunca en lo inmóvil. Nunca se había grabado algo tan
lentamente para crear un ritmo tan poderoso. Una auténtica maravilla.
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