Príncipe y corista

by - octubre 31, 2024

Los personajes que marcaron la intrahistoria han sido necesariamente ambiguos, inmorales. A menudo se obvia lo destacado de su formación, cuando se les recuerda solo por un instante, un día, el de una hazaña o un hecho nefasto. El hombre que mató a Rasputín nació en el privilegio de la exclusividad y la elevación social, se deformó en el vicio y la elegancia, pero supo continuar hasta la muerte con su excepcionalidad de ser único. Con honor y señorío.

En un ambiente de bárbaro esplendor creció el príncipe Félix Yusúpov como un joven caprichoso e impredecible, que llevó a sus padres a la desesperación cuando vieron desfilar, uno tras otro, a los sucesivos tutores contratados para intentar disciplinarle, hasta que decidieron su ingreso en un internado.

En torno a los doce años, Félix cayó bajo la fuerte influencia del primogénito, Nicolás, y en su último año en la escuela secundaria comenzó a vestirse de mujer, acompañando a su hermano en sus salidas nocturnas por San Petersburgo. En una ocasión se travistió junto a su primo Vladimir Luzúrov, y ambos fueron confundidos con prostitutas en plena Perspectiva Nevsky por un grupo de borrachos. Para escapar de ellos se colaron en un local vecino, y empezaron a flirtear con unos hombres de la mesa vecina que les invitan a un reservado. Saturados de alcohol, y jugueteando con uno de los collares de perlas de su madre, Félix desafió al resto de la clientela a acompañarles organizando un tumulto descomunal.

Comenzó entonces a llevar una doble vida, de día como joven escolar, y por las noches como mujer elegante, tanto es así que su hermano consiguió que le contrataran -por diversión- en el Aquarim Club como cantante ligera, con tal éxito que le prorrogaron el contrato para toda una semana. En la última actuación alguien reconoció una de las legendarias joyas de la princesa, y se lo comunicó a la familia. El colmo llegó una noche en la que cuatro oficiales le invitaron a cenar en un reservado del Bear Restaurant y, en la niebla del champagne, se vio obligado a huir, tras romper una ventana, después de estar a punto de ser violado.

Los escándalos se sucedían uno tras otro, circulaban por la corte. Su padre cubierto de vergüenza, le trataba de rufián, de canalla, y amenazaba con enviarle a una prisión en Siberia.

Tras severos castigos y reclusiones los hermanos trasladaron sus correrías a Paris. Una noche, durante una función en el Théatre des Capucines vieron que un caballero les observaba fijamente con intenciones obvias, y que enviaba de inmediato un ayudante al palco para informarse por Nicolás de quien era la hermosa dama que le acompañaba. Cuando se encendieron las luces reconocieron a Eduardo VII, rey de Inglaterra.

El joven estaba dotado de un gran encanto, era estiloso y brillante. El que fuera embajador de Francia en la corte rusa, Mauricio Paleólogo, lo compara en su libro de memorias con un ángel del Renacimiento. El escritor Gabriel-Louis Pringué dice que era de una belleza inimaginable, y supone que fue el adolescente más hermoso que haya existido en el mundo. Sobre su época de estudios en Oxford escribió: 'Rodeado de leyendas, vivía en una atmósfera de misterio oriental y fantasmagoría que creaban su alto nacimiento, su considerable fortuna y el lujo de cuento de hadas de su familia en Rusia'.

Las tendencias homosexuales de príncipe eran conocidas, y ampliamente aireadas en la sociedad del Petrogrado prerrevolucionario. Los rumores de sus relaciones con jóvenes oficiales llegaron a oídos de la emperatriz Alexandra. Parece que su estrecha relación con el gran duque Dimitri Pavlovitch, primo del zar, un mozo de destacada belleza, trascendió la relación sexual y sentimental, creando entre ambos una comunión mística y morbosa, comentada por los allegados, hasta tal punto, que estuvo a punto de impedir su matrimonio, por la oposición de la familia de la novia.

Porque en 1914, terminados sus estudios, Félix se casó con la gran duquesa Irina Alexandrovna, sobrina del zar, y partieron de luna de miel hacia Egipto y Tierra Santa. Como regalo de bodas, el príncipe solicitó del zar el uso sin restricciones del palco imperial en el teatro Marinski, y recibió la concesión, más un saquito de diamantes en bruto.

El magnicidio de Sarajevo sorprendió a la pareja de regreso, en Londres. Días después, en el balneario alemán de Bad Kissingen, muy frecuentado por la alta sociedad rusa, adonde habían acordado reunirse con sus suegros, los acontecimientos se precipitaron. Los austriacos bombardearon Belgrado en un intento de detener el movimiento nacionalista, y Rusia movilizó al ejército en defensa de los hermanos eslavos. El káiser Guillermo, en aplicación del tratado de mutua defensa, acudió en ayuda de Austria y lanzó un ultimátum. Se recibió un telegrama de la gran duquesa Anastasia aconsejándoles abandonar territorio alemán lo antes posible. Ante la difícil situación política dejaron los baños termales e intentaron ganar Berlín, pero apenas llegados a la ciudad, el Imperio Alemán rompió las hostilidades y declaró la guerra a Rusia.

La policía acudió al Hotel Continental para detener a los príncipes que, acompañados de su séquito y servidumbre, se encastillaron en una habitación del hotel. Finalmente fue echada la puerta abajo, todos fueron detenidos y trasladados a comisaría. Fueron inútiles las gestiones de Irina ante su prima, la princesa coronada Cecilia, nuera del káiser; y solo las del conde Sumarókov-Elston ante el embajador de España, que se quedaba a cargo de la representación de los intereses rusos, dieron como resultado una precipitada salida de Prusia. A la mañana siguiente se dirigieron a su legación, desde donde una caravana de automóviles, partió sin protección hacia la estación de Anhalter.

A su paso por las calles de Berlín la comitiva fue insultada, apedreada, alguno de sus miembros resultó herido, pero felizmente consiguieron abordar un tren hacia Copenhague donde les aguardaba la madre de Irina, la gran duquesa Xenia, con la emperatriz viuda, que se habían visto obligadas a abandonar, también precipitadamente, la capital alemana sin esperarlos, después de que el tren imperial fuera asaltado por una multitud enardecida.

La famosa demanda por calumnia del príncipe a la productora de la película 'Rasputín y la emperatriz', se vio en los tribunales de Nueva York y sentó jurisprudencia en la materia. Ventas y recompras de joyas, tres libros de memorias y la colaboración incondicional con la causa de los refugiados rusos, a los que nunca abandonaron, marcó la vida de los príncipes en el exilio, tras los años aciagos de la guerra, y la Revolución.

Instalados en una residencia en las inmediaciones del Bois de Boulogne abrieron una casa de modas, 'Irfé' –de Irina y Félix- que terminaría fracasando, como pasó con otros negocios que intentaron.

En 1939, tras la ocupación de París, la jerarquía nazi se acercó a los príncipes, y el propio Adolf Hitler expresó su deseo de entrevistarse con Félix, la idea era preparar un candidato al trono de Rusia. Yusúpov dejó patente su lealtad a la República Francesa que le había acogido, y renunció cooperar con Alemania.

Félix, príncipe Yusúpov, conde Sumarókov-Elston, murió en la cama, en su residencia parisina de Auteil, el 27 de Septiembre de 1967. Había nacido en el palacio familiar de Moika, en San Petersburgo, el 24 de Marzo de 1887. Ochenta años que cambiaron un mundo por otro.

Augusto F. Prieto

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