'La del manojo de rosas': Una producción actual, precisa y preciosa
Joselu López, Rocío Faus, Ángel Ruiz, Beatriz Díaz y David Menéndez. / Foto: Javier del Real |
Teatro de la Zarzuela de Madrid.
Son las siete y media de la tarde (más tres). Comienza la función. La platea
está llena. Personas mayores, casi todas. Jóvenes, muy pocos. Una pena que no
se logre hacer partícipe a la gente joven de lo que ha sido y es; de lo que representa,
desde hace decenas de años, la zarzuela
en la sociedad española; partícipes de una belleza musical, vocal y teatral
descomunal; partícipes de la diversión que siempre llega desde las tablas sobre
las que se representan estas obras. Pero público no falta, al contrario en la
taquilla lucía un bonito cartel anunciando que no había ni una localidad libre.
‘La del manojo de rosas’ es un
sainete lírico -en dos actos y seis cuadros- que gusta mucho a los aficionados
desde que se estrenó hace noventa años. Fue un martes y trece del mes de
noviembre de 1934. En ese momento nadie daba un duro por el sainete como
fórmula de éxito y el maestro Pablo Sorozábal demostraba que las cosas bien hechas
siempre tienen posibilidades. ‘La del manojo de rosas’ no deja de ser un
pequeño milagro que se abrió paso en una sociedad que corría hacia la
modernidad más rompedora, una prueba de que adaptar ‘lo de antes’ a ‘los nuevos
tiempos’ puede funcionar de maravilla.
Francisco Ramos de Castro y Anselmo
Cuadrado Carreño, autores del libreto, habían ofrecido el texto a Federico Moreno
Torroba aunque no tuvieron suerte con el compositor. Moreno Torroba no logró
escuchar la música que pudiera acompañar aquel libreto. Posteriormente, Sorozábal
dijo que sí aunque no antes de conseguir permiso para eliminar momentos
determinados y añadir alguna cosa a su gusto. Sorozábal quería escribir un
sainete que sirviera de homenaje al pueblo de Madrid y no una comedia ligera al
uso de la época; Sorozábal buscaba un sainete que fundiera el baile moderno, el
espiritismo, la diferencia entre clases sociales y una situación económica
imposible de prever a corto o medio plazo porque esos eran ingredientes
esenciales que aderezaban la sociedad madrileña en la que, también, la mujer se
había incorporado al trabajo, al mundo de la cultura; en la que la mujer había
conseguido derechos fundamentales con gran esfuerzo. La libertad y la igualdad,
un aderezo enorme en el sainete de Sorozábal, era algo fundamental para las
mujeres de aquellos años, ideas que poco después se vieron reducidas a la nada.
Las mujeres que se habían sentido urbanas, trabajadoras de pleno derecho y
proletarias, serían condenadas años después a ser amas de casa, no pisar la
universidad y ser discretas con sus reivindicaciones. Así fue salvo
excepciones. Por eso los personajes femeninos de ‘La del manojo de rosas’ no
dan un paso sin pensar en su propia libertad, ninguna está dispuesta a ceder
ante cualquier hombre que no cumpla con los requisitos que creen necesarios en
un hombre.
Sorozábal plantea dos triángulos
amorosos en los que las diferencias económicas (Joaquín, Ascensión y Ricardo) o
las culturales (Capó, Clarita y Espasa) serán las que ordenen las relaciones. Y
los cantables (en muchos casos, muy bailables) se desarrollan en forma de
romanzas, chotis, una farruca o el divertidísimo foxtrot ‘Si tú sales a Rosales’,
entre otras formas.
La producción que se representa,
ahora, en el Teatro de la Zarzuela se estrenó en 1990. Esa versión escénica de
Emilio Sagi sigue siendo actual, precisa y preciosa. Por ejemplo, la primera
estampa que dibujan los bailarines-figurantes quedando congelados ya es una
declaración de intenciones; y es que Sagi quiere retratar una época, quiere
dibujar un tipo de vida que solo en Madrid se podía perfilar en aquellos años,
una idea coincidente con la del propio compositor. El tránsito de personajes es
tan abultado como ordenado y no dificulta el entendimiento de la acción. Bien
el vestuario, bien la iluminación, bien las coreografías.
La maestra Alondra de la Parra. Foto: Elena del Real |
En el foso, la maestra Alondra de
la Parra, aportó delicadeza, una lectura pausada de la partitura en la que la
percusión sonó refinada (muy importante en esta obra) y el conjunto robusto y
solvente. La dirección de Alondra de la Parra fue muy aplaudida, cosa que, por
otro lado, no fue ninguna sorpresa puesto que la carrera de esta mujer ya está
consolidada de sobra y es una muestra de la necesidad (sí, necesidad) de una mayor presencia
femenina en las direcciones musicales.
La representación no pasará a la
historia por el nivel vocal de los cantantes. No es que cantasen mal, pero no
lograron emocionar, ni demostraron nada del otro mundo. David Menéndez
(Joaquín) correcto y solo correcto; Beatriz Díaz (Ascensión) correcta y muy
limitada por una voz más bien pequeña; Gerardo López (Ricardo) monótono, sin
saber sacar partido a su personaje; Joselu López discreto cantando y algo mejor
encarnando a su personaje; y Rocío Faus (Clarita) correcta de voz y muy
divertida desplegando el arco dramático que le tocaba; esta cantante es joven y
tiene posibilidades de llegar muy lejos si se prepara a conciencia porque
facultades no le faltan. Por su parte, Ángel Ruiz, estuvo bien y, sobre todo, chispeante
haciendo de Espasa.
Sea como sea, la tarde fue
agradable, amable, divertida y casi entrañable. Porque ‘La del manojo de Rosas’
es una obra agradable, amable, divertida y casi entrañable. Y eso no es poca
cosa.
Ay, si los jóvenes se decidieran
por acudir a la cita con estos clásicos…
G. Ramírez
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