'La corte de Faraón': Qué bello es vivir

by - enero 30, 2025

En el centro, Jorge Rodríguez-Norton (José). / Fotografía de Elena del Real

El invierno en Madrid es duro, largo y hostil. Si además del frío aparece la lluvia para dar una mano de gris marengo a las calles, la ciudad se convierte en un espacio difícil. Esa lluvia solo es cómoda al pintar las primeras pecas en el asfalto. Llueve aunque siempre nos quedan los teatros convertidos en refugios. Lo digo muy a menudo. Teatros, museos o salas de cine convertidos en esos lugares en los que sobrevivir hasta que aparecen las primeras flores. Ahora, llueve en Madrid. Ahora, hace frío en Madrid.

Celebrar la vida es algo que se nos olvida con frecuencia. Nos tomamos las cosas demasiado en serio, mucho. Sobre todo a nosotros mismos. Se nos está olvidando sonreír, bromear sin tapujos, poner en duda lo grandioso con humor, con fina ironía. Y es por eso por lo que deberíamos acercarnos más al teatro, a la ópera, a la zarzuela o a cualquier manifestación artística; el arte nos permite explicarnos el universo y nos coloca en lugares retirados de nuestro día a día, casi siempre rodeado de buenas vibraciones y diversión. Es una pena que nos hayamos convertido en carne de redes sociales, de bulos, de una filosofía de vida que olvida la alegría como esencial y de, sobre todo, nosotros mismos.

El Teatro de la Zarzuela de la capital se ha envuelto en ironía, atrevimiento y buen humor. Desde este 29 de enero hasta el próximo 16 de febrero. Asisto al primer día de representación de una de las obras más rompedora, transgresora y divertida de la historia de la música cañí. ‘La corte de Faraón’, una opereta bíblica y sicalíptica según los autores del libreto (Guillermo Perrín y Miguel Palacios) y el compositor de la partitura, Vicente Lleó.

Enrique Viana (Sul). / Fotografía de Elena del Rosal

‘La corte de Faraón’ se estrenó el año 1910, causó sensación, un gran revuelo y enormes cambios en la idea que hasta entonces se imponía sobre lo que debía ser el teatro musical (tal vez el teatro en general). No es extraño tanto alboroto porque la partitura es una maravilla y el libreto se atreve a indagar en lugares que, todavía hoy, son tabús en buena parte de la sociedad. Se suma en la obra opereta europea, cuplé y música castiza. El terceto de ‘las viudas de Tebas’, el cuplé del babilonio o el garrotín son ejemplos muy arraigados en la memoria popular y absolutamente representativos de lo que es ‘La corte de Faraón’. Ahora, el Teatro de la Zarzuela nos acerca una producción del Teatro Arriaga, del Teatro Campoamor y de Teatros del Canal estrenada en 2012.

La puesta en escena es sencilla, todo discreto oropel (si es que este oxímoron se me permite). El tránsito de los distintos cantantes, de los bailarines y de los miembros del coro, está ordenada con sumo cuidado y no se convierte en una molestia para el espectador. Y así, Emilio Sagi, director de escena, extrae petróleo de muy poca cosa. Todo práctico, todo inteligencia, todo ganas de divertir y agradar.

La dirección musical es sólida. El maestro Carlos Aragón entiende a la perfección la partitura y logra arrancar a la Orquesta de la Comunidad de Madrid el mejor de sus sonidos. La batuta de Aragón logra momentos chispeantes, instantes casi impetuosos y, sobre todo, destaca por el cuidado en el acompañamiento de los cantantes.

‘La corte de Faraón’ fue calificada como sicalíptica desde su estreno. Según la RAE, eso significa malicia sexual y picardía erótica. Y para que una opereta de carácter bíblico (ya en el título se habla de Faraón y no del faraón como se puede leer en el Antiguo Testamento) y sicalíptica no desembarque en el mal gusto o más allá de las fronteras de un tono amable, divertido y festivo, debe ser interpretada por cantantes que, además de la voz más poderosa que sea posible, desplieguen un arco dramático que les permita encarnar personajes gamberros, algo disparatados y picantes (¡Picante! Así decía que era la obra mi compañera de butaca, una mujer mayor que se lo pasó bomba con la representación. Hacía años que no escuchaba ese adjetivo en un contexto teatral). En este sentido, todos los cantantes que aparecen en escena se acoplan de mil amores a su papel.

María Rey-Joly (Lota) y Jorge Rodríguez-Norton (José). / Fotografía de Javier del Real

Gustó María Rey-Joly (Lota) que, sin una voz enorme, defendió su trabajo con gracia, delicadeza y un punto vacío de vergüenza que se agradece. Algo descontrolada en la zona más aguda del registro. Jorge Rodríguez-Norton (José) llena buena parte del escenario cuando aparece. Tan discreto como correcto al cantar. El trabajo de Luis Cansino (el Gran Faraón) es compacto y rotundo; las horas de vuelo de este intérprete le convierten en un valor seguro sea lo que sea que se represente. Y María Rodríguez (Reina) y Annia Pinto (Raquel) están estupendas en todos los aspectos. El resto del reparto cumple bien, sin grandes alharacas, pero bien.

Y gustó mucho Enrique Viana (Sul) con el cuplé más famoso de la obra (Ay, Ba… Ay, Ba… Ay, Babilonio que marea…). Puso la platea en movimiento sin resistencia alguna, consiguió que se escucharan las risas con fuerza y dejó bien claro por lo que esta obra es una de las más representadas de la historia del teatro musical español (si no la que más), dejó bien claro que las intenciones de la obra se arriman a la diversión y a convertir en una fiesta la vida. ¡Qué cosa tan divertida, por favor!

El teatro es vida, la música es vida, ‘La corte de Faraón’ también lo es. Y la lluvia que ya no estaba al acabar la función.

G. Ramírez

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