Alberto Cortez, la majestuosidad de un cantautor

alberto-cortez16059

El hotel Alfonso XIII de Sevilla se engrandeció con la voz del cantautor argentino, Alberto Cortez, para quien, como en una de sus composiciones canta, «La vida da mil vueltas, pero por más que gire, siempre, vuelve a empezar». A los 55 años de su internacional carrera, el de la Pampa, sigue cantando con más fuerza, aún, que con la que comenzó a cantar.

Seguramente, alguna noche se habrán detenido, mientras caminaban por la calle San Fernando, de Sevilla, a contemplar la altivez austera, arábigo-andaluza, del Alfonso XIII, un hotel que comenzó siéndolo por albergar en sus opulentas estancias a los invitados de la Exposición Iberoamericana de 1929 mas, probablemente, la noche del 18 de septiembre de 2014 cualquiera de esas miradas detenidas no pudo adivinar que en una de sus dependencias, una voz oriunda de la Pampa Argentina haría invisibles el mármol, los dorados estucos, los tapices, las alfombras, azulejos; las once artesanas arañas de bohemia suspendidas en las maderas orladas, de caoba, de la techumbre mudéjar; y los candelabros aplicados a los muros que separaban las arqueadas y majestuosas puertas. A las 21.15 de la noche en aquél Salón de reyes solo existía la voz de Alberto Cortez.

Iluminado por dos modestos focos, Cortez permanecía sentado en el centro del íntimo escenario acompañado por un piano de cola. El público, de amasados años, lo abrazaba manteniendo la misma postura que el cantautor. La escena, acompañada por el tintineo de las cuerdas suaves, se permeabilizaba con la letra que estaba entonando «Mi árbol quedó y el tiempo pasó…».

Siempre hubo y habrá cantautores, muchos permanecerán sin que se conozcan sus nombres, pero habrá quienes como él tengan la fortuna de cantarlas y no de cualquier manera, porque de cualquier manera no basta para el argentino. Quien no lo escuchara jamás y fuera esa noche la primera vez, pudo darse cuenta de que además de traer al mundo historias vividas, las canta como si también para él fuera la primera vez, con idéntica ilusión con la que se estrena un padre, férreamente convencido, creador y creyente de su palabra. Por esto puede atreverse a cantar poemas, como los canta, recién nacidos.

En la penumbra de la Sala… «Voy a hablarles de Miguel Hernández, poeta fundamental de la Generación del 27. Estando en prisión, recibe una carta de su mujer en la que le dice que su hijo y ella solo tenían pan y cebolla para comer y Miguel Hernández le contestó escribiendo las Nanas de la Cebolla, ya las cantó Serrat, pero esta noche las voy a cantar yo». Las cantó, y con una sensibilidad en extinción, las lloró.

Rememoró la filantropía de Antonio Machado, a los tres Pablos que se marcharon en el 73, los poemas de Neruda, el pincel de Picasso y el chelo de Casals y a su compatriota, Atahulpa Yupanki. «Ustedes se han puesto a pensar alguna vez… espero que sí, los años que yo llevo dando la lata con mis canciones- veinticinco- sugiere alguno de los presentes. Buah, ya quisiera yo 25, vamos a poner 55. La primera vez que llegué a España, me llevaron a un programa de radio que se llamaba Cabalgata fin de semana y me preguntaron, ¿así que tú cantas? Sí, yo me dedico a esto. A ver, cántenos algo, ¡Chico una guitarra! Y los argentinos, no sé si se dieron cuenta que soy argentino. Los argentinos somos esos seres que siempre tenemos una solución para los problemas, un último recurso, siempre, la última palabra es nuestra y la última palabra la solemos sacar de Atahualpa Yupanqui, ¡viejo lindo, que era! Atahualpa contaba que cuando cumplió 70 años invitó a su madre, que era una campesina pura, a Buenos Aires para celebrar su cumpleaños, claro, cuando llegó la ciudad le mató y se quiso volver corriendo, Atahualpa le acompañó a la estación, le dio las gracias por haber ido y la madre le contestó:- 70 años cumplió y ¿no le parece que ya está bien de guitarrita y cancioncita, que ya es hora de trabajar un poco? En casa de Aute nos lo contó. A mí me trajeron una guitarra y me dijeron canta…Porque no engraso los ejes me llaman abandonao/ si a mí me gustan que suenen pa que los quiero engrasaos/».

Momentos como cuando el caballero de mi derecha besaba la mano estrechada de su pareja con cada estrofa de Lupita porque sólo Alberto Cortez es capaz de hacer que tres generaciones de vida quepan en una única canción; o cuando trescientos comparten con el maestro sus Migajitas de ternura y le acompañan “troikamente” con No soy de aquí ni soy de allá/ ser feliz es mi color de identidad; son los que bendicen el legado del artista.

Su rebelde queja siempre estará presente en letras como Dónde dormirá esta noche ese pobre viejo y en las más irónicas Para ser un pequeño burgués/ ciertamente hay que estar preparado que nos retrotraían a Las casitas del barrio alto de Víctor Jara.

El cantautor de Palmeras, En un rincón del alma o Cuando un amigo se va me dejó con el corazón en un soplo cuando lo vi marcharse, porque no alcancé a ver cómo llegó. Lo tuvieron que ayudar a ponerse en pié cuando terminó este maravilloso concierto, en el que nos ofreció con tanta fuerza sus 74 años. Pero, ¿saben? Él nos levantó a todos, solo con su voz.

Al retirarnos del Salón Real repartían un pergamino con una letra dedicada a Sevilla, manuscrita y firmada por Cortés. Posiblemente, el viandante de la calle san Fernando no pudo percibir detrás de la majestuosa fachada del hotel Alfonso XIII, esta otra clase de grandeza… «Y construyó castillos en el aire, na ra ra ra, na ra ra ra ra ra…».