ANA CASAS BRODA: LA MATERNIDAD EN EL ARTE
El Círculo de Bellas Artes madrileño muestra hasta el 30 de agosto, gracias a PhotoEspaña 2015, una exposición de tema controvertido que hace que nos planteemos la maternidad desde un prisma insólito y siempre reinterpretable por un espectador que asiste como a un collage expresionista que él mismo debe montar en su cabeza.
Partiendo del término alemán Kinderwunsch, que aúna los conceptos de infancia y deseo, la fotógrafa granadina Ana Casas Broda entrega para PhotoEspaña una exposición experimental que aúna texto literario con imagen fotografiada, así como un audio por el que se sigue la muestra sintiendo en qué consiste ser madre hoy en día. A medio camino entre los documentales que emiten tanto Discovery Channel como otras cadenas de televisión de origen estadounidense y la novela Tenemos que hablar de Kevin de Lionel Schriver, se nos entrega una visión más amarga que dulce tanto del momento de la concepción y sus consecuencias para la mujer -teniendo en cuenta que la protagonista tuvo que ser fecundada in vitro para llegar a obtener lo que en un principio pensaba que quería- como del paso del tiempo. Esto lo hace gracias a la presencia de un padre o abuelo, desde cuyo seno familiar se han inculcado unos valores, que con el paso del tiempo han ido estrechando su visión según la ley del embudo de la depresión.
La memoria, el recuerdo, el presente y pasado, orbitan de manera cíclica en los pensamientos de la fotógrafa, que a pesar de lo que comenta, parece dejar poco a la improvisación. Define su trabajo como delicado acto de equilibrio en forma de viaje vital, con el objetivo de redimirse u obtener una intención catártica que como bien sabía Buñuel, no logra obtenerse nunca del todo.
Son la mayor parte de las imágenes de gran formato, todas ellas a color en interiores premeditadamente oscuros. En Después de 19 años vemos como, desde arriba, se derrama leche sobre la cabeza de un niño; la imagen habla de la depresión que sufría su padre poco antes de morir a causa de su madre. La parte agradable se expresa en De golpe todo se acomoda, donde la artista muestra a una madre embarazada, amamantando a un bebé y mirando a cámara.
En la sala contigua, en Martín y Lucio juegan muestra a un padre y su hijo, quedando patente que la experiencia de tener hijos parece mucho más feliz en hombres que en mujeres, aunque sólo sea por el desgaste del cuerpo que después veremos. Además, en la imagen aparece un hombre con el pelo largo y manos cuidadísimas que parece disfrutar de lo que se nos vende como esencia femenina dentro de su masculinidad.
Existe una serie que es la más aparentemente claustrofóbica del ciclo. Son los seis planos de detalle del bebé jugando, estrujando, succionando el pezón de la teta de su madre. En una de ellas mira a cámara tiernamente el niño, en otra se ve su pene, siendo las dos últimas las más inquietantes en el sentido en que la criatura parece aprisionada, lo que da una sensación de ahogo, que desde la mirada de la fotógrafa parece remitirnos más a la culpabilidad que al placer.
Repitiendo la pose de la segunda foto comentada, en Mi mamá y yo, vemos a una madre semitumbada con cojín y sábana rojas, que transmite mayor suavidad, pasando pronto al feísmo del que hablábamos en el retrato de embarazada en bañera, que culmina en la imagen de una cicatriz tras ser cortado el cordón umbilical.
El díptico del deterioro tras el parto, muestra por un lado unos senos que siguen dando leche a pesar de su aspecto desmejorado y la arruga o flacidez en el bajo vientre provocada por el/los parto/s.
Pero quizás donde encontramos la imagen personalmente más pesadillesca es en Ayer fue la inseminación y Cuando la tercera inseminación no funcionó; aquí el feísmo se convierte en documental, pero artísticamente resulta repulsivo, más que expresionistamente aceptable.
A todo este tipo de fotografías y retratos, de los cuales alguno repite con verdadera obsesión, le siguen las fotos de la artista con sus dos hijos que muestran a su progenitora desde convertida en momia de yeso hasta recorrida por diferentes canutos de papel higiénico o pegamento.
Por otro lado, Tengo seis años es el trabajo quizás menos exhibicionista de la exposición. En él descubrimos la habilidad para crear desde el color, sombras en paredes negras, un primerísimo plano que enseña los ojos y nariz de la madre, uno de detalle en que el jabón en la espalda y la cara del niño nos devuelven cierto sosiego o la del niño llorando.
Se cierra, finalmente, el proceso de nacimiento para adentrarnos en la muerte de su padre depresivo; en una serie que combina la imagen de un pene disecado y convertido en madera veteada, otra de pelos cortados con tijeras, y dos de uñas; unas recortadas y otras enteras que nos acercan a la decrepitud.
En muy pequeño formato, aparecen los trofeos por seguir viviendo: un primer dibujo del por entonces bebé, así como la primera carta con dedicatoria a su madre; destacamos por último el retrato denominado Insomnio, que muestra las marcas con rotulador permanente de una madre que ha conseguido que su deseo se haga realidad.
En esta exposición, patrocinada o perteneciente a las colecciones Televisa, se vislumbra todo un concepto por el que trabajar por encargo es, de hecho, menos arriesgado que hacerlo de manera tan personal, a sabiendas de que no sólo por el carácter experimental, sino también por lo controvertido de ciertos temas, ese riesgo es bueno saber medirlo.
La poesía a veces se encuentra no mirando sólo la parte más sórdida y explícitamente morbosa, por humana; es por ello que esta sucesión de ítems no sólo es reinterpretable siempre, sino que hará las delicias de quienes identifiquen en él experiencias parecidas más allá de la común.
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