Antonio Méndez Rubio: La poesía como antídoto
Antonio Méndez Rubio quiere que sus lectores existan, que busquen eso que no cabe esperar y que, además, sea en un poema donde lo encuentren. La publicación de Nada y Menos en Ediciones Liliputienses hace pensar que, todavía, es posible un espacio para la buena poesía y que lo comercial ha dejado, casi sin saberlo, ese hueco tan necesario para que las letras sigan vivas sin necesitar del dinero.
Acabas de publicar Nada y menos (Cáceres, Ediciones Liliputienses, 2015), un volumen que recoge los poemarios que has ido editando entre los años 2007 y 2011, continuación, en cierto modo, de aquel otro volumen anterior de poesía reunida, Todo en el aire (Poesía 1995-2005) y enlace con los poemas de tu último libro publicado en edición exenta, Va verdad (Madrid/México, Vaso Roto, 2013). En estos volúmenes se recoge una carrera literaria que comienza hace aproximadamente treinta años. ¿Cómo ves ahora perfilado este largo camino recorrido?
Hay trayectos. “Camino” es una palabra quizá excesiva, que conlleva una dirección, o al menos un sentido, y no estoy seguro de que eso se dé en mi trabajo poético. Y “carrera”… da miedo. Me siento mejor hablando de tramos, o tramas, de “trayectorias”, no siempre continuas, que se cruzan y se dispersan, que se desvían de sí mismas. Me pareció que los primeros poemarios recogidos en Todo en el aire formaban un ciclo, a pesar de que cada cual era singular y contenía ya sus ciclos propios y múltiples. Y cuando luego tuve la misma sensación, decidí reunir los siguientes libros para marcar ese ambiente común que ahí se respira. Esto último es lo que da forma a Nada y menos, que dialoga con el previo Todo en el aire: éste quería reactivar el aviso de Marx (“todo lo sólido se desvanece en el aire”) mientras que aquél busca un contrapunto negativo, casi autodestructivo, con una expresión popular (“nada y menos”) que subraya la necesidad de asumir unos mínimos, de un vaciado, para ver si es posible avanzar desde ahí.
Una trayectoria, la tuya, al margen de las modas y los modos dominantes en la poesía española de los últimos tres decenios. Tu exploración retórica busca sin cesar crear un espacio de interrogación en el poema, parece como si quisieras que el lector mirara el mundo por vez primera con ojos limpios de pasado.
Ojalá eso fuera posible, no por negar sin más el pasado (cosa ingenua) sino por aprender a abrirnos a lo nuevo, a lo imprevisto, a lo inseguro. Sería como ir abriendo la coraza íntima, nuestra forma de mirar, de hablar, y también las corazas sintácticas y semánticas del lenguaje establecido, supuestamente comunicativo, que siempre impone silenciosamente lo que llamaba Foucault un “orden del discurso”. Por otro lado, en tanto el lenguaje es un medio de subjetivación y socialización, la exploración del lenguaje (desde el lenguaje) es también un modo de intervención política, crítica y autocrítica, ¿no?
Desde luego, quizá por eso la tuya ha sido siempre una poesía radical, que exige un compromiso. ¿Cuál es el compromiso de Antonio Méndez Rubio?
Ir a la raíz, a las raíces sin nombre, sin tierra, a las raíces aéreas de lo que nos pasa. Buscar y abrir espacios mínimos donde la soledad y la vida en común compartan su daño, su intemperie en un mundo devastado, anestesiado, y a la vez necesario, imprescindible de hecho. Hacer de esos lugares sin lugar momentos de encuentro con otros, o con la falta de otros.
Desde aquí, no creo que pueda decirse que concibas la poesía como un lujo para los discretos. ¿De qué manera es la poesía una lucha por un mundo menos infame?
La poesía (no solamente la poesía verbal sino también visual, musical, de la vida cotidiana…) es un antídoto contra toda autosuficiencia, contra todo dogma o doctrina. Su manera de promover sentidos indeterminados, sin clausura, plantea una clave libertaria que se vuelve resistente, insumisa ante el autoritarismo (por no decir la locura) de la supuesta normalidad. Y su precariedad, su fuera-de-lugar, sigue siendo un hueso duro de roer para la fijación o capitalización de su valor: aunque la poesía se compre y se venda, como pasa con todo en el mundo de hoy, preserva un acto de donación (tanto en la escritura como en la lectura) que no tiene precio, y que ayuda a asumir el sentido de todo aquello que, justo por no tener precio, es lo más importante a la hora de querer vivir.
Y en el panorama poético de este siglo, ¿cuál es el lugar que ocupa tu escritura?
¿Un grano de arena en una playa desierta y sin nubes? Eso ya sería mucho. A lo mejor sería demasiado.
¿Es una forma de decir que lo que importa en la vida es la suma y tu poesía se suma a la poesía de vivir despiertos?
No sé si es posible vivir plenamente despiertos y conscientes en una época donde hay inocentes que mueren de hambre o enfermedades curables, o donde hay quienes se asoman a los contenedores de basura como a un abismo, donde el promedio diario de intentos de suicidio (en España, por ejemplo, desde el inicio de la llamada “crisis”) ronda los dos centenares, donde vivir se confunde por la fuerza con sobrevivir… en un momento social así de crítico la poesía atraviesa también una tierra oscura, un desierto donde, en efecto, quedarse dormido puede ser lo mismo que morir de insolación.
¿Quiere decir eso que el arte de la poesía es, en cierto modo, el arte de vivir la vida con los ojos abiertos?
Ojalá. Los ojos, sí, pero ante todo los oídos. Y ante todo de noche.
Dime un deseo para el lector de tu poesía, para quien se encuentre en los estantes de una librería con tu Nada y menos.
Librarse de expectativas, y dar con lo inesperado. Sería como la sensación de un mínimo salto al vacío. Un vacío productivo. En la música india, a una unidad mínima de contraste en el ritmo se le llama justamente “vacío”, “khali”. En la pintura china el vacío es clave para despejar la composición. Se puede parecer al aire, a una luz que no sea vista como tal. Lo que pasa es que, entre nosotros, cuando se reivindica un cierto espacio libre, o vacío, suena como algo meramente negativo, ¡parece que uno está esperando ya solamente el momento de morirse!. Algo así. Pero desde luego, y más que nada, a un lector de estos poemas lo que le deseo (le ruego) es que exista.
Y acabamos con un sueño, para ti que con tu obra nos despiertas la mirada, ¿cuál es el sueño de un poeta despierto?
El sueño en que los poemas, sin saber por qué, y sin poder evitarlo, se encuentran de alguna forma, en algún sitio, en algún momento, con alguien que de pronto también se encuentra con ellos.
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