Cantar con duende y enamorarse de la propia tierra, de la capital y del flamenco
Andrés Suárez es un cantautor que, a través de sus letras poéticas y sensibles, puede hacer temblar a quien lo escucha. Nacido en Ferrol, sus composiciones destapan su amor por tierras andaluzas (y por sus gentes), y desgranan sentimientos que bien pueden haber tenido su origen en la Gran Vía madrileña. En todo caso, se trata de un artista con una capacidad envidiable para desnudar tanto el alma como la propia música.
Hay personas que tienen la suerte de nacer tocadas por algún embrujo musical. La música se crea y se transforma, al igual que quienes juegan y trabajan con ella. Pero siempre hay alguien que tiene un talento innato, alguien que independientemente de haberse esforzado en mayor o menor medida por aprender a hacer hablar a una guitarra o a un piano, o por lograr dominar y sacar el mejor partido a sus cuerdas vocales, tiene un duende metido en el alma. Andrés Suárez es uno de esos privilegiados.
No obstante, ese talento necesita ser trabajado y entrenado. Por eso Andrés, gallego de nacimiento (pero enamorado sin remedio de otras zonas de la geografía española como Madrid y Andalucía), ha tenido que labrarse el camino que al final ha conseguido recorrer. Su pasión por la música empezó a aflorar desde pequeño, y en su adolescencia formó parte de varios grupos musicales. Pero pronto se dio cuenta de la vertiente a la que su esencia pertenecía: la del cantautor.
Tiene una voz que sorprende, primero por lo profunda y poderosa que se muestra; segundo, por la capacidad que atesora para hacerla modular, de jugar con ella a la vez que con los sentimientos que es capaz de despertar en quien lo escucha. Ahí reside el talento innato al que antes se hacía referencia. En la manera de vivir la música, de sentirla. Gracias a eso, puede llegar a conectar con el público de una manera muy íntima, tocar varias fibras que algunos podían tener en hibernación desde hacía mucho tiempo. Y el duende de Andrés consigue despertar esas emociones enterradas, ya fuese por propia voluntad o no.
Su carrera como cantautor empezó al igual que la de otros tantos del gremio, con sus tintes de bohemia y entornos enigmáticos. Se dio a conocer por los locales más emblemáticos de la zona vieja de Santiago de Compostela, donde poco a poco hizo que su nombre fuese algo más que un signo de identidad. Conciertos nocturnos, con públicos entregados a un ambiente íntimo. Acuerdos tácitos entre ambas partes para crear y disfrutar de esos momentos que solo los cantautores consiguen llevar adelante. Y así, Andrés Suárez editó sus primeras composiciones y empezó a hacerlas correr por Galicia, que fueron bien acogidas. Luego vinieron Madrid, y sus amores y desamores con la tierra del flamenco, a la que no faltan referencias en muchos de esos temas que penetran directos a la zona más sensible del pecho.
De este artista no importa tanto seguir el recorrido de su discografía como dar con las canciones acertadas. Tiene muchas, para muchos momentos diferentes. Y si bien ha demostrado haber madurado con el tiempo y la experiencia, algo parece hacernos saber que sus mejores letras, sus mejores acordes, están todavía por llegar. Uno de sus puntos fuertes, la piedra angular de su creatividad, es que las letras que compone no hablan de historias impersonales. Él aborda el amor, el desamor, las relaciones, desde la propia experiencia, desde un punto de vista muy humano. Mientras canta, habla de sus derrotas y sus ilusiones, y lo hace de tal manera que uno termina imaginándose en la misma tesitura, compartiendo la misma pasión que él vuelca a través del desgarro de su voz y la nostalgia de sus acordes. Además, al tratarse de vivencias reales, siempre guardan un nexo con experiencias que, alguna vez en la vida, cualquier persona ha sufrido o gozado.
Su talento, esa magia de la que ya hemos hablado, no ha pasado desapercibida tampoco a los grandes de esta industria. Tanto es así que su último disco, que lleva por título Moraima, ha sido grabado en directo bajo la supervisión de Peter Walsh, nombre propio dentro del entorno de la producción musical. En este trabajo, Andrés muestra dos caras. La primera de ellas es uniendo con peso músicos de estudio a sus composiciones. En estos temas se pierde parte de la intimidad que se crea al escuchar su voz y guitarra al desnudo. Pero gana en melodía y musicalidad. No obstante, la otra cara, la más natural, ha tenido cabida también en este último álbum. En él se encuentran canciones como Vuelve, tal vez una de las mejores que ha escrito. Y es que los grandes cantautores no necesitan más que su voz y una guitarra, y Vuelve es una master class de lo que se puede hacer con tanta sencillez como profundidad.
En todo caso, la música de Andrés es para ser descubierta poco a poco, sin que nadie desgrane o haga una radiografía de lo que su carrera es hasta ahora. Lo bonito está en destaparlo por uno mismo, encontrarse con algunas de sus canciones sin tener referencias previas. A partir de ahí, es cuando uno disfruta de su obra más íntima, de sus letras con arte y sentimiento, de su voz a veces susurrante, a veces enérgica como pocas. A sus 31 años, parece quedarle mucho por delante, mucho que escribir e interpretar. Porque a esa edad la vida todavía se guarda muchas cartas que enseñar, y esas son las cartas que luego este cantautor moldea y convierte en música, en pequeños fragmentos que pueden erizar la piel, humedecer los ojos, o provocar una sutil sonrisa melancólica. Es la vida misma, con sus declives y escaladas, con sus aflicciones y júbilos. Sin trampa ni cartón, es música sobre las cosas que vamos viviendo. Apuntaladas por ese duende, ese talento con el que algunas personas nacen.
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