DESCUBRIENDO TERRITORIOS
Territorios es una cuestión de elección entre caminos musicales diferentes, entre vías que, aun siendo diversas, llevan a un único punto de encuentro: la pasión por la música. La XVII edición de este Festival Internacional de Música de Sevilla 2014, celebrada los pasados 23 y 24 de mayo en el Monasterio de la Isla de la Cartuja planteó buenas opciones y permitió descubrimientos de grupos emergentes como The Faith Keepers (Zaragoza), Shannon & The Clams (California), o El mató a un policía motorizado (Argentina); pudiendo disfrutar de maestros del punk blues, de la talla de Jon Spencer Blues Explosion (Nueva York) o del rock and roll de la movida de los 80, de Loquillo (Barcelona). Una cosa tuvieron clara muchos de los territorialistas, que para recordar a Triana, Triana. Después de diecisiete años, Territorios Sevilla, sigue consolidándose como uno de los mejores festivales de música que se celebran en España.
© De las fotografías: Antonio Gómez Domínguez.
Monasterio de la Isla de La Cartuja, viernes 23, de Mayo, 2014
Aunque los conciertos de Territorios 2014 comenzaban a las 20.00 h, eran casi las nueve y los futuros asistentes aún estaban calentando motores al lado de los coches recién aparcados en los aledaños del recinto o merendando, con gusto, tirados en el césped de dentro. Pocos eran todavía los que seguían en los jardines a Chocolata (escenario principal, Cruzcampo) o a Agorazein (escenario Territorios) y ya teníamos decidido ir directamente al escenario del interior del Monasterio de la Cartuja (cadena Ser) para conocer el grupo de Zaragoza ciudad, The Faith Keepers. En el escenario situado en el patio del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, nos sorprendía un incombustible showman con pantalón ceñido, torso claro-fibroso-desnudo y pelo alborotado, de reminiscente estética «doorsiana», quien, con los Keepers, despertaba a Sevilla de la siesta. El bugalú de este grupo aragonés supo evocar la movida americana funk setentera. La música que sirven promete por la genialidad instrumental de trompeta, saxo, bajo, guitarras y por la sonoridad grave e impetuosa de un vocalista que se despedía, al más puro estilo de Marvin Gaye, pero con planta de «veintipocos» y nos interpelaba, diciendo, «aquí estoy para serviros y daros por culo a partes iguales», hasta para escupir tenía clase este chaval. Fueron un espectacular anticipo de lo que prometía la noche.
Nos dirigimos a otro escenario recordando cómo había cambiado Territorios. Cuando tenías la suerte de escuchar música experimental electrónica dentro de la capilla era otra historia, casi mística.
Saliendo a la izquierda del la Puerta de Tierra, la infranqueable seducción de la ensimismada británica Anna Calvi, nos deslumbraba entre luces de penumbra. Su rock, muy indie por supuesto, hizo un guiño a la BSO de la película Pup Fiction, que puso norte a una audiencia un tanto perdida y pasmada con los tempos de sus temas. El aire, en traicioneros momentos, le hurtó plenitud a su actuación mas debo reconocer que, con su estilo inusual y con su levita negra, comenzó a vestir a esta emergente noche de gala.
Una cita que llevábamos a cuestas desde la sombra del ayer, era la que pactamos con Loquillo. Hizo su entrada en el escenario principal con marcha triunfal. Los rockabilly, que siguieron la movida en su camión o en su cadillac, se iban sumando para ver lo que quedaba, en el loco, de aquél tiempo. Pero el loco no es un loco cualquiera sino, como comenzó cantando e introducido por el sonido mítico de los palillos, con maneras de caballero. Loquillo hacía el séptimo de una caballería rocanrolera que, en estos días, cabalga a destiempo de quienes ansían descubrir algo nuevo y dejar a un lado a un ochentero que milita desde el postureo de la razón ilustrada, o en paralelo a los admiradores de su porte, al ser el artífice del ideario del rock and roll más elegante de la escena nacional, sin necesidad de alzar la voz porque a la suya le sobra gravedad.
De regreso al escenario más íntimo y presumido, por la calidad sonora que le permite estar entre muros, ya se intuía otro idioma musical, el del trío extravagante estadounidense, Shannon & The Clams. Supuso un viaje espacio- temporal hacia la cultura doo-wop (voces entrelazadas armónicamente), que da amparo a la vieja música de los 50 y los 80. Un baterista, un bajo colapsado por una voz histriónica y una cantante rubia con guitarra y curvas dilatadamente exuberantes nos regalaron melodías de R&B y surf del sur de California, que fueron agraciadas con la espontaneidad de un «viva la madre que te parió». Este grupo nos balanceó, en un bien hallado paréntesis, a noches de blue moon, que auspiciaron los primeros bailes, a dos, de la recién bautizada madrugada.
Los menos románticos acudían a la llamada rota de a Mala. Con un look de colegiala mortecina y jugando con un bate entre las manos, no hubo trato posible y se metió al público encapuchado en el saco. Una pelea rapsodia- flamenca ganada de anticipado.
Mientras nos acercábamos al escenario más al descubierto, el rocío hacía mella en los huesos y los sentidos se inflamaban con los olores de las plantas; los márgenes históricos cartujanos; las medias almendras, mitad tierra, mitad luz, que reunían a su alrededor a los grupos en busca de un nimio calor en la luminiscencia; las tiendas de souvenir y los puestos de comida internacional para aplacar los estómagos encharcados; repentinos encuentros de gente que hacía tiempo que no se veía en abrazos llenos de ganas; besos y besos y risas e impulsos y saltos y pañuelos al cuello y capuchas y tirantes y culots, pelucas y máscaras y frío y sudor.
Los fantásticos Love of Lesbian estaban ante un público muy concurrido al que los catalanes supieron tratar con cercanía, ofreciéndonos un espectáculo audiovisual. Un desnudo y un manteo, de ida y vuelta, de la mesa de control de sonido al escenario, de dos componentes, no sé yo si improvisado, animaron las caras que sabían corear, altisonantes, cada una de las canciones. La forma de pop independiente que andan desarrollando desde fines de los 90 no deja de expirar savia nueva. Fue un buen directo, llegué a sentir que me zambullía en una piscina. Fueron divertidos y supieron apoyarse en el lenguaje visual de varias pantallas que proyectaban distintas historias como telón de fondo.
Una alternativa al reggae hip-hopero de Morodo & The Okumé Lions, era el afrobeat en salsa del aún más grande dj Floro. El de Sonideros de Radio 3 creó tan buen ambiente en el patio del ambú que nos sacamos a bailar comunitaria e indistintamente. Al salir del baile, antes de volver al escenario de Territorios, caí en la reflexión de cómo se enlazaba en aquél paraje, la contemporaneidad artística y la naturaleza. Había casitas encima de los árboles y el rostro de una gigantesca Alicia asomaba por una ventana del edificio de enfrente del pasillo de estos árboles habitados, con su mano diestra saliendo por otra, totalmente alejada. Algo que también llamaba la atención de algunos que, viéndola, quisieron tomar una fotografía con la criatura de Lewis Carroll.
Esperamos junto a los olivos, sentados como los indios, a que llegase el sonido amazónico, pero de Brooklyn, de Chicha Libre. Los seis miembros de este grupo internacional proponen una fusión de ritmos de la chicha peruana y del pop psicodélico a ritmo de cumbias. Éstas fueron las señales para que los que daban el resto formaran los típicos trenecitos de las bodas.
Fue una tarde- noche- madrugada tranquila, en lo que a público se refiere, que concluyó con la firma del dj, Javi Unión. A la salida, algunos seguían ofreciendo latas para acompañar el camino de vuelta a casa.
Sábado, 24 de mayo 2014, mismo lugar
Me temía que la noche del sábado estuviera más vacía por el opio del futbol, que como advertiría Santi Balmes (cantante de Loves of Lesbian) podría disminuir la asistencia de la «peña» a Territorios. No fue así, nos dimos cuenta cuando los vehículos del Charco de la Pava se multiplicaron.
Tengo que reconocer que los seis componentes de la agrupación malagueña que trajo a referencia a su paisano Tabletón, estaban terminando su concierto en el escenario de la cadena Ser. Y es que sigo pensando que este Festival sevillano comienza demasiado pronto para quienes les cuesta más recomponerse de una jornada territorial anterior. Dry Martina cuenta con una cantante con garbo, revestida por una orquesta que no pierde el swing ya que hace bailar por mambo al más patoso.
Justo al otro lado de la muralla, El Chico del Fuego, Swan Fyahboy continuaba iniciando en el dance hall (vertiente del reggae), estando acompañado por el hip- hop de los hermanos Alcántara. Anidaban colores en sus voces que preguntaban, ¿cómo son las chicas de barrio de Sevilla?
En el escenario Cruzcampo, la diana estaba preparada para que los «meyersianos» respondieran a los granadinos. La voz hipnótica de Antonio López, Noni, se volvía un boleto para un viaje galáctico musical, que permitía a la gente desear quedarse escuchándola hasta que salga el sol. De los seis músicos que conforman el indie pop- rock que estos fabrican, destaca el prodigioso dominio de las baterías electrónicas. Hizo un cameo con L. Meyers (qué repitió en el homenaje a Triana) la malagueña, Anni B. Sweet, cantante que en el pasado año tuvo la suerte de tener su propio escenario. El sentido nostálgico de las letras de Lori Meyers, contrariamente, levantó a Sevilla, conquistando el territorio.
Reincidentes hicieron honor a su nombre, con la eléctrica de «Andaluces levantaos», ante un lleno absoluto del lugar más a salvo del viento. Los fieles al rock sevillano de Fernando Madina le corearán lo hartos que están de aguantar.
Nunca fui partidaria de los finales anticipados, prefiero escuchar historias con algo sorprendente, y en esto consiste la maestría del grupo underground de punk blues, The Jon Spencer Blues Explosion. Este trío neoyorkino nos enseñó cómo se va de menos a más, manteniendo la atención de la gente que alucinaba. De este escenario provenía el rugido del directo de Judah Baur, Russel Simins y el magnífico Jon Spencer.
Queríamos saber quién se cargó a un Policía motorizado y nos encontramos a una banda de la Plata (Argentina), que se convirtió en nuestra mejor elección de la noche y esto es lo bueno que tiene Territorios Sevilla, que puedas dar con el hallazgo de grupos, que sin ser tan populares, demuestran su calidad en los pequeños escenarios del festival. En el de la Ser, el timbre tranquilo e interminable de la voz de un enorme Santiago Motorizado nos encandilaba con su Chica rutera envuelta de rock psicodélico. Me hubiera pasado escuchándolos lo que quedaba de noche. Pudimos remontar con ellos, el vuelo sideral que dejamos con Lori Meyers. Cada tema tocado sanaba distinto y por eso supusieron un tributo a la diferencia. Espero que vuelvan.
Entre olivos, resurgía la tribuna dialogante del albaceteño Nach, quien dedicó su rap «a los caídos por los disparos del silencio».
A veces, la intención se convierte en un acto fallido, y este acto, encima, se hizo esperar. El homenaje a Triana desencantó a un público que esperaba hallar algo de lo que permanecía en el imaginario del rock psicodélico andaluz y la gente no pudo encontrar ni rastro de la esencia de Jesús de la Rosa, salvo en Andrés Herrera, el Pájaro, guitarrista insigne de Silvio Sacramento porque él sí quiso retrotraernos a un pasado mejor que el que mostraron otros. Andrés Herrera le dedicó su cante a El Tele (baterista de Triana), «que estará con Silvio en el bar divino del cielo. Pero eso sí, paga Jesús». Los siente tan cercanos que habla de ellos en presente y en futuro. Los extremos nocturnos de este día de Territorios se despiden con los mejores dj. Nos quedamos con el molotov del pop-electro-house del británico, Orlando Higginbotton, quien trabaja bajo el pseudónimo Totally Enormous Extinct Dinosaurs. Los sonidos arrastran a algunos territorialistas al último dance, y a otros a un sueño profundo en esta noche fría de primavera, al césped del Monasterio de la Cartuja, abrazados.
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