Desintegrarse sobre una alfombra
Son pocas las veces en las que me he quedado boquiabierto. Por ejemplo, cuando nací fue una de ellas, la primera vez que me besó una mujer otra y, que yo recuerde, después de ver El Ángel Exterminador de Luis Buñuel. Cuando nací, entre otras cosas, me dio por llorar y hacerlo con la boca cerrada siempre me pareció de lo más incómodo; el beso de aquella mujer me dejó con la boca abierta más por querer un bis que por otra cosa; la película de Buñuel fue un descubrimiento y la conmoción por saber qué significaba la palabra genio me dejó perplejo, emocionado, inmóvil, pensando, soñando, descolocado y (lo más importante) ajeno al mundo. Reconozco que no entendí gran cosa, pero me tranquilizaba pensar que tampoco entendí nada cuando me enfrenté al primer cuadro de Miró. A los genios no hay que entenderles, lo que hay que hacer es creerles. Eso me decía siempre (a mí mismo) cuando lograba cerrar la boca.
Pues bien, con esta idea rodándome la cabeza, he acudido al estreno de la temporada en el Centro Cultural de la Villa de Madrid. Un buen sitio que suele programar con buen criterio.
La balsa de Medusa (el nombre es tomado del célebre óleo de Géricault) es una relectura de la película de Buñuel El ángel exterminador. La dramaturgia la ha realizado Antonio Escribano y dirige la obra Manu Bánez con acierto y bastante habilidad cuando tiene que salvar los momentos en los que los personajes dialogan a solas. Digo esto porque la acción se desarrolla en un espacio muy reducido y un mal diseño de la puesta en escena pondría en peligro la credibilidad del conjunto.
Tal vez la obra sea deudora en exceso de la cinta de Buñuel. Arranca demasiado pegada a lo que trató de contar el realizador aragonés. Me atrevería a decir que algunas partes de los diálogos son exactos a los que pudimos disfrutar en el cine. Son copia, eso seguro, los mecanismos de repeticón de alguna acción sobre el escenario. Demasiado Buñuel cuando no es él el que está detrás de la cámara. Y la cosa queda algo impostada por una fluidez escasa durante los primeros momentos de la representación. Pero el problema se va diluyendo y el engranaje deja de chirriar al poco de comenzar.
Los personajes comienzan interpelando al público. Terminan haciendo lo mismo. Desde el escenario se intenta hacer del espectador un elemento más de la obra. Se le habla, se le mira, se le suplica, pasa el mismo calor que ese grupo de hombres y mujeres desesperados, enloquecidos, incapaces de entender nada por su frivolidad, su superficialidad o su estupidez. Al espectador se le presentan los personajes desde sus miserias. El mayordomo que va igualándose por la zona oscura con los burgueses a los que sirve; la mujer que no pertenece a esa clase tan exquisita y sueña con poder hacerlo; el superficial y tramposo anfitrión; una mujer que esconde en su interior una adolescencia que la convierte en un ser vacío e insípido; la mujer que no puede escapar de una vida gris y busca la felicidad en un amor imposible que solo existe a escondidas. En grupo, por parejas o en solitario. Suena la música propia de una procesión, de las que acampañan la imagen de la pasión. Y allí les vemos bajando a los infiernos, sobre una alfombra que ya sabemos desde el principio que es esa balsa pintada por Géricault en la que intentan sobrevivir personas sin futuro alguno.
Marcial Álvarez está francamente bien defendiendo su papel. Aunque no destaca especialmente respecto al resto del reparto porque todos alcanzan un muy buen nivel interpretativo. Antonio de la Fuente, Mélida Molina, Antonio Escribano, Sara Illán y Rosa Vivas completan el reparto.
Los elementos ténicos son suficientes aunque la sensación de contar con un presupuesto más bien limitado para iluminación y sonido, se hace notar. Suficiente.
La balsa de Medusa es una buena obra. El momento final es especialmente interesante y es donde el dramaturgo apuesta con fuerza por su propia mirada. Es la zona expositiva de mayor potencia y mejor nivel. Quizás una propuesta algo más alejada de esa idea de Buñuel nos hubiera permitido disfrutar de esa forma de hacer teatro que Escribano explota tan bien. En cualquier caso, lo que nos presentan resulta muy interesante y merece la pena acercarse hasta el teatro para disfrutar de ello.
Comentarios recientes