El adiós al niño que creció con una pistola
Después de diez años de travesía por un sinfín de escenarios, el grupo gallego Niño y Pistola pone punto y final a su espléndida trayectoria. Lo hace con un último epé de despedida y en edición limitada: Bye Kid. Su sonido era (o es, porque sigue todavía en pie) uno de los más representativos en el género del pop conjugado con el folk rock. Nos deja para el recuerdo, y para el disfrute, cuatro grandes álbumes.
Siempre resulta complicado decir adiós. Sobre todo, si tiene visos de ser una despedida definitiva. Podemos tolerar un hasta luego, un hasta pronto, pero, un adiós, es más difícil de sobrellevar. Y tras diez años de carrera, después de varios discos y una cifra casi incalculable de conciertos a su espalda, toca despedirse de un grupo que ha sabido brillar con luz propia, capaz de reinventarse con acierto en cada trabajo publicado. Este será un hueco difícil de rellenar, una ausencia nada sencilla de olvidar.
Niño y Pistola es una banda gallega formada por Manuel Portolés (voz y guitarra), Arcadio Nóvoa (guitarra y coros), Ramón Martín (teclados y coros), Álvaro Álvarez (bajo) y Enrique Esmerode (batería). Hay que remontarse al 2006 para redescubrir el disco con que el grupo se dio a conocer, el trabajo con que surgió de manera hechizante para dar una vuelta de tuerca a todo lo que sonaba a pop en España por entonces. Como un maldito guisante fue el título escogido para recoger diez canciones de un estilo que sonaba a fresco, con una gran carga melódica. La sencillez era la bandera de este grupo que empezaba a sonar cada vez más por la geografía española, valiéndose del carácter acústico de sus composiciones. No fueron pocos los que se lanzaron sin miedo a afirmar que estábamos ante los Beatles gallegos del siglo XXI. Y cierto es que en su sonoridad, en sus intenciones, algo hacía recordar con una pequeña sonrisa al cuarteto de Liverpool. Temas como Anyway (that’s ok), con unas guitarras cargadas de brillo y una sucesión de acordes pegadiza y de aire nostálgico, o No lights, de un tono más oscuro y una sonoridad más seca, conformaban este álbum que hacía pensar en lo mucho que el conjunto gallego tenía para ofrecernos.
Su siguiente disco, Culebra, apareció en 2008. En él se podían encontrar muchas de las sensaciones desprendidas de su anterior trabajo, pero también algunas intenciones nuevas. Varias de las composiciones contaban con una armonía más compleja, el repertorio de instrumentos y líneas melódicas utilizados en estudio parecía haberse ampliado, y una brisa algo más eléctrica recorría siseante todo el álbum. En él, se destacaban canciones como Getting cold? o Think for yourself.
2010 fue el año de lanzamiento de su As Arthur & The writers, con el que la banda confirmó su madurez y buen hacer. Para entonces, Niño y Pistola era ya un referente del pop rock de tintes folk en España, y sus fechas de actuación comenzaban a llenar hasta los topes su agenda particular. Con un sonido todavía más pulido, más sesentero, su tercer disco gozó de muy buena acogida. La canción que lo abría, Catch the sun, era tan solo el anticipo del poderío musical y melódico que el álbum nos regalaría a lo largo de sus nueve canciones restantes. Un trabajo de mayor variedad sonora, donde el carácter acústico que siempre había acompañado a la formación se conjugaba con los sonidos eléctricos, con calidez y calidad. Es difícil olvidar temas tan poderosos como We both know, o armoniosos como Make out my guitar.
Tres años después, llegó el turno de There’s a man with a gun over there que, sin saberlo entonces, significaría su último trabajo de larga duración. Un disco dividido en dos grandes unidades. Las cinco primeras canciones enlazaban unas con otras, y lo mismo hacían las cinco siguientes. Una manera original de abordar un álbum, a través del que contar la historia de un jornalero americano de los años 50 que coge una pistola y mata a su jefe, empezando así una revolución personal; ese es un resumen muy sintético del significado que encerraban las letras de las canciones que vertebraban este trabajo. Trabajo donde alcanzaban la cima de su madurez, con composiciones de estructuras elaboradas, cuidadas con esmero, y un gran conglomerado de sonidos combinados con criterio y detalle. Posiblemente, su gran obra, que dejaba atrás la desnudez sencilla de su debut, Como un maldito guisante.
En su trayectoria, en sus diez años en activo, hemos podido ver (y escuchar) crecer a Niño y Pistola. Una especie de Boyhood en música, un proceso en el que disfrutar de una evolución, de un desarrollo continuado que iba desde el carácter más natural hasta una sonoridad plena y elaborada. Todo esto, sin embargo, ha llegado a su final, a ese epé que saldrá el próximo 5 de mayo: Bye Kid. El adiós a un niño y su pistola. Además, mediante una edición limitada de 320 copias en vinilo.
Su adiós en carne y hueso, agarrados a los instrumentos que a lo largo de diez años han acariciado sobre un escenario, se divide en dos fechas. Una en la sala Capitol de Santiago de Compostela, el 8 de mayo, y otra en el Torgal de Ourense, el día siguiente. Tocarán rodeados con toda seguridad de los suyos. De quienes han vivido con gozo el nacimiento de una banda diferente a las demás, su desarrollo y su inminente ocaso. Por suerte, nadie podrá borrar las canciones con que han ido regando el camino, todas las letras y melodías que han surgido mientras los escenarios se empapaban de ese sonido que tanto éxito tuvo hace décadas, y que un quinteto gallego decidió revivir con tanto entusiasmo como talento. Sus discos sobrevivirán, su recuerdo también. El último disparo está a punto de sonar.
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