El cielo oblicuo

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Ni el título ni la cita de Clarice Lispector al comienzo del libro me dejan leerlo de otra manera, no me permiten apartar La hora de la estrella, no me puedo borrar a Macabea.

Macabea la fea. La casi no-mujer por tener un cuerpo sin curvas ni pechos. Macabea la enamorada, la que se pinta las uñas y los labios de rojo para ser más mujer pero causa gracia. Macabea muerta, aplastada.

No puedo leer El cielo oblicuo, de Belén García Abia, y olvidar a Macabea. Mala suerte, el título me impone el recuerdo porque este título es re-escritura de la cita, la cita del comienzo.

A El cielo oblicuo, después de la cita, viene un ángel a anunciar algo así como: te será dada la literatura, no la maternidad. Creación en cualquier caso, creación con el cuerpo en cualquier caso. Creación con las mismas partes del cuerpo, sobre todo: «En realidad, es mi vulva la que escribe, mi vulva y mi vagina y mi útero. Son ellos y no yo». «Escribo con mi útero, con mis ovarios, con mi vagina». O ni esa creación, ni la dada, esterilidad absoluta («Y tenía épocas de esterilidad narrativa»), ocasionalmente, en medio de una producción sobre la esterilidad: «Escribo sobre mi pequeño dando vueltas en mi sala de espera, sobre mi útero vacío, sobre mi no-concepción (…), sobre que hemos nacido para ser madres y no lo somos, que nos han parido para ser madres, y no lo somos».

Y la cita de entrada al cielo es: «Sin duda, un día iba a merecer el cielo de los oblicuos, donde sólo entra quien es torcido».

Luego de La Enunciación (con la imagen del ángel y una voluntad explícita de que el lector no confunda la voz de la narradora con la autora -práctica de huida-) viene la Genética (en El cielo oblicuo). «Y creces». «Y creces». «Y creces» (seis veces en total). «Y creces y te enamoras». «Y dejas de crecer». «Y eres madre y no eres madre». Y yo no puedo apartar La hora de la estrella, de Clarice Lispector. Olvidar el cuerpo desgraciado de Macabea, ignorar su genética poco favorable. Y recordar, recordar, recordar (y podría recordarlo seis veces) al narrador/ creador de Macabea cuando lo aclara y simplifica todo con una realidad: «El destino de una mujer es ser mujer».

«Quiero comenzar, no cuando sentí que podía tener una enfermedad, sino cuando pude nombrarla». ¿Quién es la enferma, Macabea o la voz de El cielo oblicuo? La cita es de la voz. Pero ambas. La mejor respuesta es: La mujer. «Macabea tenía ovarios marchitos como una seta cocida». Y un útero enquistado en García Abia: «Debo tener un nudo en el útero, eso debe ser, un nudo fuerte que no permite que nada salga de mi vientre». «(…) con el útero lleno de palabras enquistadas». «(…) y mete la mano dentro de mi vagina. Saca una palabra tras otra. Están ensangrentadas. Están llenas de quistes pegados a ellas».

Y todavía falta la monstruosidad. García Abia la llama La mujer feroz, última parte del libro antes del epílogo, pero empieza a hablar del monstruo en Dentro de una caja, capítulo entre la Genética y La mujer feroz. Un monstruo con nombre, un monstruo interior, un monstruo que acaba siendo ella (la voz) vaciada: «Tenía un monstruo dentro y no sabía cómo matarlo. No podía concebir a un hijo pero sí podía concebir un monstruo que me comía por dentro./ Me vaciaba y yo era mi propio monstruo». Unión, fusión de persona-monstruo, y el narrador de Lispector que desafía (porque no puedo leer El cielo oblicuo de otra manera, no me permito apartar La hora de la estrella, no me puedo borrar a Macabea): «Quién no se ha preguntado: ¿soy un monstruo o esto es ser una persona?». Y yo respondo: nadie que sea mujer feroz no se lo ha preguntado. Porque toda mujer feroz es torcida. Mujer oblicua.

Calificación: Directo y sencillamente complejo
Tipo de lectura: Femenina
Tipo de lector: Femenino
Argumento: Reflexiones sobre la no-maternidad
Personajes: La voz narradora
¿Dónde puede leerse?: En la sala de espera de la ginecóloga