El País del miedo
En El país del miedo, novela de Isaac Rosa, lo que hay para que ese miedo sea posible es un otro. Podemos tomar la tipología de las relaciones con el otro que propuso Todorov en La conquista de América. El problema del otro e identificar los tres ejes de los que él hablaba: el plano axiológico (juicios de valor acerca del otro: bueno o malo, superior o inferior…), el plano praxeológico (acercamiento o distanciamiento para con el otro: la sumisión al otro o la sumisión del otro) y el plano epistémico (conozco o ignoro al otro). En la novela de Isaac Rosa no hace falta rastrear con lupa para advertir este tipo de relación con o percepción del otro, pues ahí radica un poco el quid de la cuestión.
Veamos… Carlos, el personaje principal de la novela, es uno y se la tendrá que ver con el otro al que teme. Ese otro se encarna en un sujeto concreto: un compañero del colegio de su hijo Pablo, que lo extorsiona con el propósito específico de obtener dinero. Pero también el otro son los grupos. Podemos hacer un listado de ellos, de a lo que Carlos teme: a los resentidos, a los pobres, a los mendigos, a los despojados (todos estos conforman lo que el narrador engloba bajo la etique de miedos clasistas), a los colectivos de inmigrantes (magrebíes, rumanos, albaneses, mafiosos rusos, gitanos… y la lista sigue), a los niños pobres, a las tribus adolescentes.
Mientras tanto, en casa, su mujer echa a la empleada doméstica porque la declara responsable del robo de todos los objetos de valor o sin valor que han desaparecido y siguen desapareciendo día a día: películas, pendientes, dinero en efectivo.
Y para completar la familia, Pablo, el hijo: un niño, no tan niño (aunque se lo trata como tal al punto de resultar ciertos pasajes de la novela no solo inverosímiles sino tediosos), víctima de una pandilla de adolescentes manipuladores y extorsionistas (los mismos que victimizan a su padre porque resulta ser más indefenso y maleable que él).
Como marco de la familia: un narrador en tercera persona.
Carlos es un padre, un hombre, un esposo, bastante patético. Intenta colocar sus miedos en contextos sociales y políticos para ser crítico con ellos e incluso dominarlos o controlarlos al menos, pero se queda a mitad de camino: al final sus miedos recaen en un interés individualista: miedo a perder el bienestar personal, el familiar, el confort, lo cual nos resulta más que verosímil si se trata de un personaje español en la España actual. Carlos no es un racista, ni es de derechas, ni es un facha. No (no ahonda en una consciencia crítica, un posicionamiento político o una ideología, aunque a veces se esmera y reflexiona): es un pusilánime.
En la página 146 el narrador, que está contándonos los episodios en la experiencia de Carlos que contribuyeron a hacer de él un cobarde, dice: Aún cabe incluir un tercer episodio, bien diferente, en este aburrido historial de experiencias propias. Pues sí, coincido con el narrador e incluso lo extiendo: todas las enumeraciones y las descripciones de los miedos y de las experiencias o desventuras de Carlos son aburridos relatos que no muestran sino que enuncian. El problema es que todo lo narrado queda en un plano de superficialidad como si estuviéramos frente a un narrador que lejos de tener traje de buzo nada con snorkel, mientras nos presenta a personajes que hacen el muerto.
Sin embargo, la joya de la novela es la crítica social: el miedo está presentado, claramente, como una construcción social, de la que participan, por supuesto, los mass media y todos los demás títeres o monstruos del sistema. Por eso pensé en Todorov, porque la novela nos deja pensando críticamente acerca de los otros pero incluyéndonos en ese grupo, naturalmente (¿quiénes son Colón o los indios, Cortés o Moctezuma, en el mundo actual?).
Calificación: Interesante.
Tipo de lector: Curioso.
Tipo de lectura: Reflexiva y de entretenimiento.
Argumento: Machaca con el tema del miedo. Monotemática.
¿Dónde puede leerse?: En la capital de un país sudamericano.
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