El público: La dualidad del universo

96ea095af0f0d418779c8ff44e270972_orig

Federico García Lorca dejó muchas joyas literarias para que pudiéramos disfrutar de ellas. Al fin y al cabo, fue un excelente escritor. Entre ellas se encuentra una obra sin concluir titulada El público. Ahora, con libreto de Andrés Ibáñez y partitura de Mauricio Sotelo, se convierte en ópera (posiblemente la mejor forma de ponerla en escena) y se representa en El Teatro Real de Madrid hasta el 13 de marzo.

Estreno absoluto en el Teatro Real de Madrid. El público. Obra de Federico García Lorca adaptada por Andrés Ibáñez. Partitura de Mauricio Sotelo.

La mujer que tuve a mi derecha, cinco minutos después de comenzar la representación, ya decía que aquello no lo podía entender nadie. Incómoda en la butaca, lo repitió varias veces. En el descanso, ella, sus acompañantes y un buen número de espectadores, abandonaron sus butacas para no volver. Ni entendían nada ni hicieron el más mínimo esfuerzo por comprender. Y es que, todo hay que decirlo, la pedagogía Mortier ni dio ni dará los frutos que él esperaba porque el espectador del Teatro Real es lo que es y es como es. El público es uno de los últimos coletazos de lo que quiso hacer este hombre tan incomprendido como terco en sus propuestas.

El público, a pesar de las fugas, resulta ser una ópera magnífica, moderna, atrevida y exigente con el escenario y la platea. Es verdad que algunas cosas destacan sobre otras que están y no se echarían de menos al desaparecer en una posible revisión de la producción. Pero el conjunto es atractivo; a veces, vehículo de emociones intensas y remotas arrancadas al espectador; a veces, una olla a presión de la que sale disparada una lírica en forma de imagen que arrasa con todo a su paso. El público resulta una ópera difícil de entender porque el texto de Lorca (con lo que nos ha llegado de él y con el que ha hecho un trabajo primoroso el libretista) es oscuro, intrigante, mágico y hermético en muchas de sus partes. Lorca escribió una obra audaz, adelantada a su tiempo, cargada de imágenes extrañas para un espectador que se siente interpelado sin contemplaciones, llena de personajes que se desdoblan como si eso fuera lo más normal. Y es que, aunque aún nos parezca mentira, la realidad está repleta de imágenes extravagantes e incomprensibles que nos interpelan constantemente; de seres que nos desdoblamos para poder sobrevivir a esa realidad y a nosotros mismos. Por tanto, el temido (para algunos) surrealismo es más realista de lo que sospechamos. Al menos en este caso. Creo yo que, al hablar de El público, deberíamos referirnos a una ortodoxia remolona y al atrevimiento de un artista genial. La propuesta de Lorca fue profunda, rozando lo mitológico del ser humano. Y no todo el mundo está dispuesto a vivir situaciones incómodas, amargas o que exijan un ejercicio intelectual intenso, después de pagar una entrada.

El público aborda la dualidad del universo. Ya saben: somos esto y aquello. No podemos pensar que podríamos elegir entre ser una cosa renunciando a su contrario. Hombre y mujer. Bueno y malo. Y la razón de ser del arte como manifestación que indaga en ese cosmos y en su inmensidad. La homosexualidad es solo un vehículo, de los muchos que utiliza Lorca, para contar. No es el tema principal.

b3ffb9f7c1513ba2979cedb8442a8c64_orig

Desde un punto de vista escénico, la gran explosión visual llega al aparecer en el escenario un espejo gigante en el que se refleja toda la sala principal del Teatro Real de Madrid. El público, de pronto, está en la mismísima caja escénica. Una de las cuestiones que se plantean es el papel del espectador ante una obra de teatro o, lo que es igual, ante la realidad. Y allí nos mirábamos los que quedamos. Quietos, pensativos, abrumados, intentando comprender. Esto ocurrió en el cuarto cuadro. Antes, la escenografía (salvo un audiovisual muy divertido que se proyecta sobre el telón y ubica la obra en su contexto primitivo) no había pasado de correcta, algo fría y con alguna pincelada pintoresca cuando trataba de ser moderna.

Si la puesta en escena no pasa del aprobado, la partitura de Sotelo es sobresaliente. Sin reservas. Busca incansable la unión de varios géneros, se llena de guiños a la música de otros tiempos, y encaja el flamenco hondo y auténtico alejado del esteriotipo del tablao. Los cantaores Arcángel y Jesús Méndez se integran con su arte de forma prodigiosa y; sumado el baile de Rubén Olmo (enorme), la guitarra de Juan Manuel Cañizares y el trabajo de percusión de Agustín Diassera; representan el cierre de un círculo que parecía imposible retirado del traje de lunares.

Pablo Heras-Casado dirige con ímpetu la estupenda Klangforum Wien buscando resaltar lo mejor de la partitura. Muy pendiente de todos y de todo. Todo un lujo tenerle en Madrid.

El público no es una ópera que deje espacio para el lucimiento excesivo de los cantantes. No obstante, Isabella Gaudí interpreta un aria magnífica que no está exenta de dificultades. Thomas Tatzl está muy seguro al alcanzar registros no demasiado comprometidos aunque necesitados de un trabajo dramático importante que los acompañe. Como siempre, el Coro Intermezzo hace su trabajo con solvencia. Toma protagonismo a partir del cuarto cuadro y resultan arrasadores. Muy, muy, bien.

Como ven, apenas me he referido a la homosexualidad del autor, ni a la reivindicación de su condición sexual, ni a sus grandes tormentos. Valorar esta obra desde esa perspectiva me parece desmerecer el texto y al propio autor. Lorca era un genio de la literatura. Sufriría por su condición de artista, por su forma de ver el mundo. Y escribía para todos porque hablaba de todos nosotros. Ir más allá es querer fabricar iconos donde solo hay literatura y música.