GRECIA, ¿POR QUÉ NO?

partenón

La conciencia colectiva, como asunto nacional, está articulada con conceptos que trascienden las generaciones, solo conociéndolos se puede llegar a comprender a un país o una civilización. La ignorancia está en la base de todo desacuerdo. Algunos de los interrogantes sobre el “problema griego” son sistemáticamente soslayados por los políticos, los comunicadores y los burócratas en una espiral de desencuentros inconciliables. Estas son algunas de las claves para penetrar el laberinto.

OXI: ¡NO! EL ULTIMATUM

El 28 de octubre de 1940 el embajador del Reino de Italia en Atenas, Emanuele Grazzi, entregaba al dictador griego, Ioannis Metaxás el ultimátum del régimen de Musolini por el que Grecia debía disolver a su ejército, permitir la toma por parte de los italianos de puntos estratégicos de la península helénica y que suponía, de hecho, la entrada del país en la Segunda Guerra Mundial junto con las potencias del Eje. Hasta ese momento, el gobierno había permanecido dividido entre la simpatía por el fascismo y su dependencia de los británicos, que dominaban el Mediterráneo. Puesto ante la disyuntiva de dar una respuesta en el plazo de tres horas, en la madrugada, sin posibilidades de consultar con el mando militar ni con el rey, la respuesta de Metaxás fue célebre y tajante: OXI ¡NO! Dos horas y media más tarde las tropas italianas invadían Grecia desde la frontera con Albania mientras su aviación bombardeaba Atenas, Tesalónica, Patras y el puerto de El Pireo.

La respuesta de Metaxás será recordada siempre por la sociedad griega en una de las grandes festividades nacionales, el Aniversario del NO, en el que se engalanan con banderas las calles y edificios oficiales, mientras se emiten canciones patrióticas en la radio y los estudiantes desfilan por las calles. La celebración simboliza la independencia, el orgullo de rechazar cualquier chantaje, la asunción de las consecuencias más terribles –guerra, ocupación y reparto del país- después de una respuesta heroica.

La herencia filosófica y bizantina, esa incapacidad de definirse en una postura contundente para permanecer enredados en discusiones y razonamientos ha pretendido ser forzada, la manipulada respuesta a esa presión ha sido la gran baza del primer ministro griego, y el ultimátum el tremendo error de su contraparte.

DEMOCRACIA

La primera democracia, la ateniense, nació de una victoria popular contra la desmesura económica: fue la seisachtheia, introducida por Solón en el 594 a.C. con la anulación de las deudas hipotecarias, la prohibición de la esclavitud para los ciudadanos endeudados y la limitación del tamaño de la propiedad para evitar la acumulación por parte de las familias poderosas. Por lo tanto la democracia llegó solo a partir de la reducción de la deuda, hasta ese momento los deudores eran sometidos a la servidumbre, obligados a cultivar las tierras que habían sido suyas, entregando cinco de cada seis partes de la producción a los prestamistas y perviviendo ellos con una; cuando las deudas eran excesivas, se sucedían la enajenación y la esclavitud. Solón anuló las deudas de los campesinos y les devolvió sus tierras embargadas. La noción de libertad nace así de la idea de que la esclavitud de cualquiera pone en peligro la libertad de todos, construyendo el concepto de bien común.

La deuda carga para los griegos con un componente de culpabilidad sobre los prestamistas que está en su origen mítico como sociedad, bastante alejado del concepto católico de la culpa de los deudores (perdónanos nuestras deudas) y por supuesto del rigor implacable del calvinismo en el cumplimiento de las obligaciones.

ENOSIS

La unión de los pueblos griegos en una sola nación es uno de los pilares de la conciencia colectiva, y la raíz de los movimientos que dieron lugar a la independencia de Grecia del Imperio Otomano. La unidad –enosis– fue difícil de conseguir y permanece sin completar con la ausencia de Chipre en la gran patria común. El movimiento que cristalizó en la incorporación de Creta, las Islas Jónicas y el Dodecaneso a la República Helénica permanece vivo, es el motivo trascendente y oculto por el que los grecochipriotas votaron por amplia mayoría contra la reunificación de la isla auspiciada por las Naciones Unidas, en el refrendo de 2004.

El rescate de la economía chipriota pasó por fases similares al de la República Helena: artificios contables, presiones, caída, negativa de su parlamento a aceptar las condiciones, acercamiento a la órbita rusa y –solo en el último extremo- claudicación. La magnitud de esa cicatriz abierta, en una isla dividida -pendientes también de una descolonización improbable las zonas de soberanía del Reino Unido en Chipre, las bases de Akrotiri y Dhekelia- es capital para comprender el espíritu nacional del único estado europeo que no ha restañado las heridas de las dos guerras mundiales.

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ÉXODO

El Tratado de Lausana sancionó el fin de la Primera Guerra Mundial y remató el Imperio Otomano, consolidando las fronteras de la actual Turquía, uno de sus consecuencias más destacadas fue el Acuerdo de Intercambio de Población, por el que la mayoría de la población griega de Asia Menor fue desalojada de las tierras en donde habían vivido durante milenios, mientras que cientos de miles de turcos fueron expulsados de Tesalónica y Tesalia. El éxodo fue dramático y masivo, permanece como una marca de nacimiento en la memoria compartida. La mayor parte de los más de un millón y medio de griegos que se vieron obligados a abandonar sus territorios emigraron a Australia o los Estados Unidos en una diáspora fuera de la que no se comprende el concepto nacional. Los ciento cincuenta mil ciudadanos helenos de Estambul, que habían sido eximidos de la partición, sufrieron un terrible pogromo en septiembre de 1955, al que sucedió el exilio de los griegos de Alejandría, más de cincuenta mil, durante el gobierno de Nasser en Egipto. A partir de esos desgraciados sucesos los conceptos de éxodo y emigración desbordan, para los griegos, las ideas de pobreza o necesidad, y devienen acontecimientos forzados e injustos que convierten a los jóvenes que se ven obligados a abandonar el país en víctimas de una circunstancia opresora.

BANCARROTA

Sesenta años después de su independencia, en 1893, carcomida por la corrupción y el desarrollo de grandes infraestructuras como la del Canal de Corinto, el gobierno de Charilaos Trikoupis se declaraba en quiebra y se veía obligado a ponerse en manos de un arbitraje internacional para dirimir sus deudas. Puede decirse por tanto que la mala gestión, heredada del clientelismo de la burocracia otomana, que había conseguido la independencia nacional a crédito de los especuladores británicos –un millón de libras en 1825-; que quebró sus cuentas en 1843, y que lo haría de nuevo en 1932 y en 2010, es una marca de la casa, tolerada persistentemente por los acreedores, no por motivos románticos sino por las perspectivas de futuros –ahora son los yacimientos de hidrocarburos en el mar Egeo y las aguas territoriales de Chipre- y su riqueza geoestratégica y simbólica.

Y es que Grecia nos debe por lo visto tropecientos millones en apuntes contables –el dinero no existe- pero nosotros se lo debemos todo. Si la cultura griega, como si de una gran corporación se tratase, conservara la propiedad intelectual sobre los sistemas euclidianos, determinadas creaciones intelectuales como la filosofía, la democracia y el teatro; o sobre personajes de ficción como Medea, Ulises o Pandora; si retuviera los derechos sobre la Olimpiada -como los tienen los multimillonarios Trump o Ecclestone sobre el concurso de Miss Universo o la Formula 1- sería un país cuyos ciudadanos podrían vivir de las rentas. Pero todas esas patentes han caído ahora en el dominio público, como la deuda.

EL BOTÍN DE LOS ACREEDORES

De ninguna manera se puede hablar de un expolio, antes que eso la humanidad debería estar eternamente agradecida a las potencias coloniales por sus esfuerzos en exhumar, estudiar y preservar los tesoros de la antigüedad. Esto no evita de ninguna manera la frustración y la sensación de injusticia de un pueblo privado de custodiar los testimonios más decisivos de su cultura. El símbolo máximo es el vacío sonoro de la sala habilitada en el corazón del Museo de la Acrópolis para albergar el friso del Partenón, cuyas piezas más importantes, los Mármoles Elgin, permanecen expuestos en el Museo Británico. Una obra concebida por Fidias sin la que sería imposible entender el desarrollo de la Historia del Arte.

Los “acreedores” exhiben en sus museos de París la Venus de Milo, y la Victoria del santuario de los Cabiros en Samotracia; el Fauno Barberini está en Munich, el Torso del Belvedere en Roma, el friso del templo del Apolo de Bassae en Londres, los Mármoles Arundel en Oxford. Las antigüedades de Éfeso, entre ellas las del Templo de Artemisa, una de las Siete Maravillas del Mundo antiguo, pueden verse en Viena, donde también se muestra el Sarcófago de las Amazonas; mientras que otra parte de los mármoles del Partenón se encuentra en Copenhague.
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Merece una mención aparte, por su excepcionalidad, la grandeza de las obras que custodia Berlín, entre las que destaca el Altar de Pérgamo, una de las obras maestras de la escultura helenística cuyos relieves representan la Gigantomaquia y la historia de Telefo, que fue transportado y reconstruido en 1886 por un acuerdo entre Alemania y el imperio Otomano. Un edificio colosal que presidía la acrópolis de Pérgamo y que actualmente es la principal atracción del museo del mismo nombre, cerrado en la actualidad –casualidades de la vida- por reformas.