La ruta de la vida trazada por la música
Gillian Grassie es una joven compositora, cuya voz cristalina y su virtuosismo con un arpa entre manos nos hace pensar en toda la música que no conocemos, y que podría constituir la banda sonora de nuestra vida. Porque Grassie no es una artista de masas, ni se obsesiona en hacer llegar su música a lo más alto. Tan solo se preocupa de recorrer el mundo, acompañada de su dulce instrumento, y de hacer lo que mejor sabe: crear e interpretar canciones maravillosas.
Dentro de la imposibilidad que supone querer conocer o escuchar toda la música que existe y ha existido a lo largo de la historia, podemos tratar de apreciar las ventajas que esto ofrece. Porque el placer de la música no está solo en escucharla. Se halla también en el momento del descubrimiento, en el instante en que una canción desconocida se abre paso a través del sistema auditivo por primera vez. Una melodía, una transición de acordes nunca escuchada hasta entonces, puede ser acogida de diferentes maneras según el estado de ánimo del oyente, según la situación o la escena de la que forma parte. La música es sinónimo de grandeza, y lo es por las mil y una maneras en que puede actuar e influir sobre todas y cada una de las personas que pueblan el planeta.
Incluido en el sinfín de posibilidades de dar con un intérprete que propicia una amalgama de sensaciones y sentimientos casi inabarcable, está también el hecho de haber llegado a descubrirlo. Porque los músicos o las bandas de gran fama (que hoy en día se insiste en acunar bajo el término mainstream) lo tienen fácil para que su música se desplace por miles de ciudades, cientos de comunidades y decenas de países. Pero siempre hay algún genio musical escondido, como en todo ámbito perteneciente al arte, a la cultura. Hay tantas vías de expresión, y tantos artistas aportando su grano de arena, que no es complicado deducir que habrá una cantidad respetable de talentos musicales que nos habrían tocado el alma sin miramientos de haber llegado a conocer algo de ellos. Uno de esos casos, tal vez infinitos, es Gillian Grassie. Una talentosa cantante y arpista, mitad americana mitad suiza, cuya música no ha llegado a todos los oídos que debería. De ella podría decirse que está afincada en California, y sin embargo tal afirmación no sería del todo correcta. Porque Gillian Grassie no tiene un hogar fijo. Si hubiese que quedarse con uno, quizá hubiese que hacer referencia a su vehículo, al remolque con su preciado instrumento, y a kilómetros y kilómetros de carretera. No es una trotamundos, pero casi.
Esta joven ha viajado por medio mundo por motivos principalmente musicales. Ha recibido numerosas y distinguidas becas para impartir clases como profesora, así como para tomar parte de diferentes cursos, relacionados con lo que, en resumidas cuentas, es el centro de su vitalidad: la música. Es una de esas personas que parece fundirse con la escala pentatónica, con la dórica, con la mixolidia. Con cualquier escala, acorde o armonía. Tiene en sus manos (en sus dedos, más concretamente) la virtud de arrancar melodías preciosas a las cuerdas del arpa, compuestas por ella misma. Y su alma está impregnada de una miscelánea de estilos musicales que, como todo talento inexplicable, logra combinar con resultados que conmueven. Sin embargo, descubrir a Gillian Grassie no es nada fácil. Su música, por suerte, ha terminado llegando a plataformas digitales tan de boga en la actualidad (Spotify entre ellas, cómo no). Pero hasta no hace mucho, la única manera de escuchar ese timbre vocal tan cristalino que hace pensar en cómo sonará la voz de los ángeles, acompañado de la atmósfera casi de ensoñación que trenza el arpa, era encontrándose a miss Grassie tocando por alguna calle de Philadelphia, o en algún recinto de pequeñas dimensiones.
Hasta el momento, no ha querido saltar a focos mayores que la persigan sobre un escenario, ni a tener ejércitos de fans que le doren la píldora. Tiene perfil en diferentes redes sociales, donde cualquiera que se la encuentre puede pensar que está ante una artista amateur, de bares de concierto minúsculos. Pero si el siguiente paso es escuchar su música, lo que ha dado a luz, descubrirá qué equivocado era pensar algo así. Su último trabajo de estudio, The Hinterhaus, fue el pequeño paso que se atrevió a dar al frente. A través del crowdfunding (un sistema de moda para conseguir financiación para la producción del disco), contó con un apoyo que excedió en masa el que ella requería para sacar el proyecto adelante. Porque una vez se descubre su talento, es difícil dejarlo pasar. Poco a poco, Gillian conquista a más gente. Hasta el ganador de un grammy, Marc Cohn, ha quedado prendado de su magia.
En el citado trabajo que ha grabado, en 2013, se ha acompañado de otros músicos en varios de los temas, para exprimir el jugo melodioso de sus composiciones. Pero, como suele pasar con los grandes músicos, son los temas en los que solo se desnudan su voz y su arpa donde la magia llega a su culmen. Back to your flat, una de sus canciones, es un espejo fidedigno en el que descubrir la silueta virtuosa de Gillian. Su esencia fluctúa entre jazz, pop, o temas de una naturalidad tan simple y bella que cuesta decidirse a estropearlos poniéndole una etiqueta. Es música, surgida de las entrañas de alguien que ha nacido para hacer de ella un modo, una ruta de vida. Recorrer medio mundo no es más que una metáfora de lo que ella hace con la música, su universo particular.
Aparte de lo complaciente de cerrar los ojos y dejarse envolver por las texturas creadas por el arpa en temas como Marrow o August (incluidas en The Hinterhaus), Gillian Grassie nos hace pensar en toda la magia musical que existe y que no conocemos. Aquella que no viaja a través de las ondas de radiofrecuencia más escuchadas, la que espera pacientemente el momento en que, de manera casual, la descubramos.
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