LOLA ALVAREZ BRAVO (1903-1993): LA SUCESORA DE MODOTTI
La Sala Picasso del Círculo de Bellas Artes madrileño alberga otra gran exposición, esta vez de una artista mexicana, cuyos fondos también pertenecen a las colecciones de la Fundación Televisa. No se la pierdan. Hasta el 30 de agosto tienen tiempo de conocerla, así como su casual parentesco artístico con otra homenajeada en estas páginas.
Comisariada por James Oles, la figura de Álvarez Bravo resulta muy interesante dentro del ciclo que llevamos comentando sobre Hispanoamérica en PhotoEspaña 2015. Si se acuerdan ustedes, Tina Modotti se vio obligada a salir de México acusada de estar comprometida en el intento de asesinato de su marido. Pues bien, lo cierto es que antes de salir, la italiana tomó la firme determinación de colgar sus hábitos fotográficos, llegando a vender su cámara a Lola Álvarez Bravo. No sabemos si entre ambas existe afán de continuidad, si se pusieron de acuerdo o no, el caso es que esta anécdota trasciende meramente lo artístico, tanto para que Modotti siguiera por otros derroteros en su activismo social y Lola hiciese lo propio, pero desde un arte que creía, no debía abandonar ciertos temas.
Figura clave del arte moderno mexicano, la homenajeada nace en Jalisco durante el régimen de Porfirio Díaz. Tras la separación de sus padres, se traslada a la capital del país y conoce a Manuel López Bravo, que la introduce en la bohemia artística de la ciudad. Compitió en un mundo regido principalmente por hombres por hacerse un hueco dentro de la fotografía social y el fotoperiodismo.
A Lola le gustaba retratar la vida cotidiana de las calles, alternando tipologías urbanas y campesinas, llegando también a trabajar con infinita prestancia el retrato y el fotomontaje; la violencia y el dolor que le transmitían determinadas realidades son aquí vistas desde una mirada empática nada corriente. Entre sus fotógrafos preferidos estaban Paul Strand (de quién existe una retrospectiva hasta agosto en Madrid en la Sala de Exposiciones de MAPFRE) de quién heredó su búsqueda incesante de la verdad, y Henri Cartier-Bresson, a quién llegó a conocer en persona y del que admiraba su capacidad de llegar al momento o instante perfecto.
Tras algunas primeras imágenes paisajísticas: Hiedra , El repuesto, Charamusca (suerte de piedra precolombina) o la sombreada Virutas, que nos hablan de sus orígenes nacionales, en 1938 y haciendo quizás un homenaje a su amiga, dispara Leyendo El Informe, una foto donde retrata al más puro estilo neorrealista a un hombre sentado en una esquina interior de un soportal leyendo de pie el periódico al que hace referencia. Dignas de mención son A ver quién me oye o Anatomía, sin desmerecer la calidad cada vez más orientada a una brillante composición en Sin paisaje pero quietecito o Unos suben y otros bajan.
Para darnos debida cuenta de que a Lola también le gustaba pasear por lugares donde marcar su mirada insólita, vemos fotografías como La buena ventura, donde retrata el muñeco de una gitana que lee la mano, Labores (los almiares), un plano general de una pequeña meseta con labradores, La feria, ruidosa composición con tres tipos de espaldas en el interior de una barraca, Piedras nada más, El panteoncito, que muestra unos nichos a los que se accede mediante sendas escaleras para subir a los depósitos a unos finados, Los gorrones, los juegos de sombras de En su propia cárcel o El sueño.
El retrato en Álvarez Bravo es, por otro lado, digno de mención no sólo por la calidad de la gente, sino por la versatilidad de poses que de ellos consigue. De esta forma, delante de su objetivo pasaron Frida Kahlo (retratada pensativa, tapándose del sol y en su casa junto a un costurero), Julio Castellanos (tapándose la cara con los dedos de ambas manos), Octavio Paz, María Izquierdo, Diego Rivera, Marion Greenwood, a Manuel Álvarez Bravo (su mentor) leyendo o Ruth Rivera Marín, ésta última tomada en Acapulco durante la realización de su exitosa serie Acapulco en el sueño (1951). Las fotografías incluidas en este ciclo incluyen desde la insólita Tiburoneros, que muestra a tres hombres cazando esta presa, el trabajo con el poeta Francisco Tario, que incluye desde el Tríptico de los martirios que muestra, con cabeza tapada por la sombra del sol, el torso y el tronco de tres inquietantes mujeres, El ruego, Descargando donde se compone en base a dos hombres tumbados bajo un camión que transporta heno. Vemos igualmente la insólita por incómoda pose del modelo en Dormido (en Veracruz), siendo también dignas de mención Las comadres y Renovadores.
Vuelve de nuevo al realismo social con Ya aprendí, instantánea de un campesino escribiendo, El rapto, Saliendo de la Ópera o Novilleros. La parte más dolorosa de la exposición son las tres piezas: Pena de muerte (por culpas ajenas), Ciego, tremenda por cómo pone los elementos técnicos a la disposición de un humanismo tétrico absorbente o la más convencional Escuela de ciegos.
Por último, están los fotomontajes, siempre concebidos como una herramienta didáctica y que vieron la luz de diversas formas; destacan Vegetales que es un tríptico que sirvió para adornar las paredes del Teatro Reforma, Abriendo caminos, Hilados del Norte que se utilizó como mural de una fábrica textil, Ferrocarriles nacionales así como alguna otra imagen que fue incluida en revistas y semanarios de la época.
Las semejanzas con Tina Modotti no son, pues, sólo aparentes. Si bien Álvarez Bravo desarrolló mucho más el oficio, lo cierto es que la italiana fijó, desde una mirada quizás más sintética, las bases de toda una manera de hacer que en Europa pusieron de moda los maestros citados.
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