Los riesgos de debutar con un sobresaliente
Kodaline, el grupo irlandés que deslumbró al público en 2013, publica nuevo disco. Coming up the air (2015) contiene canciones al nivel de sus trabajos anteriores, pero también otras que buscan una tímida renovación que no termina de despegar. Su indie rock destacó entre las masas de bandas que se enmarcan hoy en día dentro de este género por su naturalidad, por su sonido espontáneo y sencillo. En su último disco han acusado parte de ese éxito repentino que situó las expectativas en lo más alto.
Triunfar es un concepto al que todo ser humano se aferra en algún momento de su vida. Hay en quienes se hace un objetivo pasajero, poco obsesivo; para otros puede convertirse en un arma de doble filo, en un ángel con cuernos y olor a azufre. Porque el triunfo, cuando se alcanza, genera unas expectativas. Y en la carrera musical de una banda, triunfar agiganta los pasos que conviene dar para mantenerse en lo alto. Por si fuese poco, otra característica peligrosa que acompaña a este concepto es la adicción, la necesidad de obtener más.
Kodaline es un cuarteto irlandés de música indie rock (juega también con ecos folk), que ya había tenido su espacio entre las páginas de este suplemento. Su mérito había sido el de abrirse paso con determinación en un mundo donde no es sencillo destacar si una varita dorada (que a menudo adopta la figura de un productor musical) no se decide a brindar una mágica ayuda. A Kodaline el éxito total le llegó de la mano de uno de sus videoclips. En cierto modo, el sitio web Youtube fue su gran aliado. All I want era uno de los temas de su epé, una bonita e íntima balada que el grupo decidió acompañar de una emotiva historia visual que pronto se convirtió en viral. Fue entonces cuando el cuarteto aprovechó el tirón y publicó dos nuevos videoclips para dos de sus otras canciones: High hopes y The answer (este último, incluso mejor que el de All I want). El caso es que internet facilitó que la magia y el sentimiento que estos cuatro irlandeses lograban crear a través de la música llegasen a miles de oyentes.
Tras ampliar sus fechas de conciertos y reeditar algunas de sus composiciones estrella y recogerlas en un trabajo de larga duración, a la banda le llegó el turno de meterse de nuevo en el estudio, con la firme idea de sacar adelante un segundo disco. Ese con el que se mantendrían en la cima a la que se habían encaramado, o con el que se descolgarían con similar rapidez a la empleada en la subida. No hace ni un mes que Coming up for air salió a la luz y, como se pudo comprobar, eran (éramos) muchos los que esperaban por él. Había ganas, había dudas; había expectativas. Esas que tanto bien o tanto daño pueden provocar.
La primera canción con que abre este nuevo disco, Honest, hacía pensar en que Kodaline había apostado por renovar su sonido, revitalizar su estilo. Hay grupos a los que les funciona tal estrategia, pero uno podría preguntarse por qué habría de hacer eso una banda que tiene tan solo un elepé publicado. ¿Necesidad de renovarse, o más bien de adaptarse a ciertas convenciones? Honest empieza con un piano marcado, instrumento que se agradece escuchar siempre que tiene a bien utilizarlo (también es cierto que hay que tener poco gusto para lograr que un piano estorbe en los oídos… aunque sí, hay músicos con esa virtud). En la línea melódica de esta primera canción se adivina algo diferente a lo que hasta entonces era Kodaline. La duda se sostenía al pasar al siguiente tema, The one, donde el peculiar timbre vocal del cantante se asemeja en exceso al de Chris Martin, front man de la banda británica Coldplay. Además, aparecen unos sintetizadores que no sabemos si se convertirán en base esencial del resto de este nuevo trabajo. A estas dos primeras composiciones le siguen otras como Autopilot o Human again, trabajos interesantes pero que rompen con la onda anterior del grupo. Efectivamente, todo parecía indicar que los sintetizadores habían llegado para quedarse.
De esta manera, Kodaline enseñaba nuevas ideas y también nuevas intenciones. La sensación era agridulce, porque a pesar de no tratarse de temas flojos o insulsos, carecían de la brillantez que sí se podía encontrar en su anterior trabajo, estilos aparte. Pero llegados a la mitad del álbum, la niebla se disipa. Vuelven a aparecer esos toques, esas melodías y sensaciones que nos permiten identificar al grupo responsable de fantásticas baladas como All I want o High hopes. En su tema Lost, el sonido es tal vez algo más sintético de lo acostumbrado, pero la línea melódica suena a puro Kodaline. Y con la canción que la sucede, Ready, pasa otro tanto. Hasta el punto en que se empieza a escuchar Better, introducida por una guitarra acústica al desnudo, de manera semejante a la que encandiló a miles de personas anteriormente. Y es que no hace falta renovarse si las circunstancias no lo exigen. Hay que apostar por uno mismo, confiar en aquello que cada cual sabe hacer. Kodaline tenía la fórmula, pero también el miedo a repetirse, el temor de quemar todas las naves. En Coming up for air había decidido experimentar con nuevos sonidos y propósitos. Aunque, por suerte, no renegó de su esencia. Y un ejemplo rotundo de ello surge como una chispa si se compara la introducción de piano con que abre la primera canción, Honest, y la que presenta Everything Works out in the end, una de las últimas canciones de este trabajo.
Está bien querer superarse, probar a hacer algo nuevo. No relajarse en esa posición cómoda que uno ha conseguido adoptar. Pero tan lícito como esto es aceptar y tener siempre presentes las raíces verdaderas de lo que uno hace, de lo que uno crea. Y eso es lo que salva a Kodaline en este segundo asalto. El haber probado variaciones sin renunciar por completo a lo que mejor sabe hacer. Sonar a sí mismo.
Comentarios recientes