MÁLAGA, EN CUATRO OBRAS DE ARTE

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La capital andaluza se posiciona como Ciudad de los Museos con las recientes inauguraciones. Un interesante panorama que añadir a su sólida oferta de ocio, gastronomía y playa, que la convierten en un destino imprescindible en cualquier temporada. Se suman las sucursales del Centre Pompidou de París, y del Museo Ruso de San Petersburgo. El Carmen Thyssen y el Museo Picasso presentan excepcionales exposiciones temporales, además de sus fondos estables. Seleccionamos cuatro obras para nuestros lectores.

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Louise Bourgeois. Spider, 1996
He estado en el infierno y he vuelto
Museo Picasso, Málaga. 16 de junio a 27 de septiembre

Las arañas de Louise Bourgeois nunca dejan de sorprendernos porque se acomodan a los espacios en los que se las aloja, adquiriendo su definitiva dimensión. La instalación de Spider (1996) en el patio del palacio de Buenavista, sede del Museo Picasso, es un acierto desde todo punto de vista pues la convierte en un objeto familiar, domesticado, desactivado de su carga maléfica. Cercano a la idea que la artista belga ha buscado transmitir con la serie de arácnidos que la ha hecho célebre, y que hemos podido ver avanzando por las calles y las plazas de Bilbao, Londres o la Ciudad de Méjico.
Imagen de duplicidad en un concepto de maternidad, proyección de los traumas infantiles, como ocurre con el resto de su obra. La araña es fortaleza y fragilidad. La escultura más conocida de la serie se titula de hecho Mamá (1999), es protectora y depredadora, hermosa en su monstruosidad. Aquí en Málaga acoge a los visitantes como una bóveda en el distribuidor del museo, lo que permite que sea vista desde todas las perspectivas y todos los ángulos, aunque nunca completamente abarcada.
La exposición de Louise Bourgeois, He estado en el infierno y he vuelto –hasta el 26 de septiembre- es el repaso del singular psicoanálisis al que se sometió la artista para sujetar a sus fantasmas.

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Edward Hooper. El “Martha Mckeen” de Wellfleet, 1944
Días de verano. De Sorolla a Hooper
Museo Carmen Thyssen, Málaga. 28 de marzo a 6 de septiembre

Los Días de verano llegan a su fin. Mañana es la última oportunidad para visitar la exposición que con ese título recorre la imagen del turismo vacacional en la pintura, De Sorolla a Hooper, en el Museo Carmen Thyssen. Una oportunidad excelente para ver en Málaga El “Martha Mckeen” de Wellfleet, (1944) de Edward Hooper, perteneciente a la colección de la baronesa, depositado habitualmente en el museo de Madrid.
El lienzo busca reflejar lo que hay de inmaterial en ese tiempo de relax junto al mar, el espíritu del ocio y el paradigma de la navegación de placer, a través de su paleta de azules, de esa luminosidad artificial, absoluta; en una composición que quiere transmitir el misterio y la impresión del verano, la despreocupación que produce la calma pero –sobre todo- la idea de un mundo que avanza hacia el futuro. De ese universo que está fuera del cuadro, el gran interrogante del mar abierto.
La soledad en los espacios urbanos, eterno tema del pintor americano, se traslada aquí -como si fuera un guante al que se diera la vuelta- al paisaje, mientras que lo opresivo bascula hacia los personajes, que se muestran terriblemente vulnerables en ese ambiente dominado por el océano, el viento y la luz. Habitantes de un momento inquietantemente angustioso por lo efímero.

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Kader Attia. Ghost, 2007
Colección
Centre Pompidou, Málaga

El Centre Pompidu se presenta en Málaga con unos fondos de alto contenido político porque esa es la misión del arte en el mundo contemporáneo. Kader Attia ha dedicado su obra a reflexionar sobre el escabroso camino de ida y vuelta del problema identitario, del islam como construcción social, además de en torno a la barrera que separa multiculturalidad de integración, y los problemas añadidos a cada uno de estos conceptos.
Nacido en París, con raíces argelinas, el fantasma de Attia –Ghost (2007)- es una entidad colectiva, más de un centenar de figuras de mujer sin rostro, esculpidas en hoja de aluminio, en actitud de plegaria, envueltas en girones que las convierten en bultos sin alma pero que al mismo tiempo las transforman en una fuerza social. La obra habla por sí sola con su determinación de no caminar hacia ninguna parte, en su adoración ciega de lo invisible y lo abstracto, en su implacable inmovilidad, en el equilibrio de la composición, creada con materiales desechables y modernos, que representan a la sociedad de consumo.
Ghost tiene el acierto de evitar la confrontación de lo explícito, por lo tanto su crítica es más adecuada y más salvaje.

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Iván Aivazovski. Vista de Odesa en una noche de luna, 1846
Arte ruso, de los iconos al siglo XX
Colección del Museo Ruso, Málaga. 25 de marzo a enero de 2016

El Museo Estatal Ruso desembarca en Málaga, acumulando su oferta cultural en el grandioso edificio de Tabacalera, y presentando una muestra que abarca lo mismo que sus desmesuradas colecciones de San Petersburgo, De los iconos al siglo XX. Una forma muy cómoda de acercarse a pintores, temas -y sobre todo vanguardias- apenas presentes en los museos españoles. Además de obras inhabituales de Chagall y de Kandinsky, la exposición recoge una selección de pintura costumbrista e historicista, y una destacada representación del realismo soviético.
De origen armenio, Iván Aivazovski fue conocido sobre todo por sus marinas. Fuertemente influenciado por Bryullov en su camino desde el neoclasicismo hasta la fascinación romántica, destaca en las composiciones de tono apocalíptico, que parecen augurar catástrofes inimaginadas. Un tono -y sobre todo un tema- que deslizan la mirada al presente. Así sucede con el astro que periclita en la Vista de Odesa en una noche de luna (1846).
Aivazovski representa un mundo que declina con una grandeza dramática donde la narración está en la desolación de la tierra y el mar ante la inefabilidad de la naturaleza, en esa luna rojiza que simula un crepúsculo. Aivazovski nació en Crimea y viajo por Europa, con esa misma luz retrató Málaga (1854), en un ocaso improbable.