MATAR A UN RUISEÑOR: CUIDEMOS A LOS INOCENTES
Matar a un ruiseñor es una película inolvidable que adaptó una novela que defiende valores eternos. En un número dedicado a apoyar obras solidarias por su labor esencial para nuestra sociedad, era difícil olvidarse de una historia sin pretensiones, que puso sobre la mesa que lo que da sentido a este loco mundo es que nos cuidemos los unos a los otros.
Harper Lee escribió una única novela en su vida, Matar a un ruiseñor (To kill a mockingbird), con la cual obtuvo el Pulitzer y alcanzó tanta notoriedad, que no fue capaz de atreverse con una segunda obra. Tal vez nos perdimos lo que pudiera haber sido la producción prolífica de un genio o tal vez esta tímida sureña agotó en esta excepcional novela toda su capacidad creativa. Nunca lo sabremos. Nos debe bastar el hecho de que su legado, contenido en un pequeño tomo, fue en realidad muy grande.
Relato de iniciación, nos cuenta cómo dos niños abren los ojos a los abismos de crueldad y belleza que pueden anidar en el corazón del ser humano, aprenden que todos tenemos el deber de proteger a los seres más indefensos y descubren cómo un hombre sencillo y sin pretensiones puede esconder al mayor de los héroes. Ese hombre es Atticus Finch, uno de los personajes más queridos de la cultura norteamericana, tanto de las letras como del cine.
Harper Lee puso mucho de sí misma en el relato aunque no se trate ni mucho menos de una autobiografía. La voz narradora es la de una mujer, Scout Finch, que describe en primera persona sus recuerdos entre los seis y los ocho años, reproduciendo las sensaciones y emociones que experimentó entonces. Había coincidencias entre el padre de Harper Lee y Atticus Finch, pues ambos eran abogados convencidos de la defensa de la igualdad de los negros en el Sur Profundo de los Estados Unidos, décadas antes de que comenzara el movimiento en defensa de los derechos civiles. También había en el mejor amigo de Scout, el pequeño Dill, resabios del mejor amigo de Harper, nada más y nada menos que el luego famosísimo Truman Capote, que por poco se ahogó en sus propios celos cuando Lee obtuvo el Pulitzer.
En la adaptación al cine se conjugaron los astros, sensibilidad y talento a raudales para que el resultado estuviera a la altura del original, lo cual es poco común. Lo más habitual es que grandes novelas den lugar a películas inferiores (véase cualquier adaptación de Ana Karenina) y que extraordinarias películas tengan obras intrascendentes como punto de partida (Casablanca puede ser un claro ejemplo).
Los títulos de crédito, acompañados por una pieza sencilla y llena de poesía de Elmer Bernstein, muestran las manos de una niña que canturrea mientras disfruta de los juguetes que esconde en una caja. A lo largo de la película (Aviso ¡SPOILER!!!) descubriremos que es un joven discapacitado intelectual, Beau Radley, quien vive aislado del mundo en una casa vecina, el que deposita esos pequeños tesoros en un árbol para que Scout y su hermano Jem los encuentren.
Beau Radley apenas aparece unos breves minutos en pantalla al final del largometraje, con el rostro sensitivo y luminoso de Robert Duvall, y sin embargo lo que su personaje representa se erige en el tema central de la película. Atticus les explica a sus hijos que nunca deben hacer daño a los ruiseñores porque son seres que no hacen otra cosa que cantar y Scout, pese a su corta edad, es capaz de comprender, tras una serie de avatares, que perturbar de cualquier manera a Beau equivaldría a matar un pájaro inocente.
Cuando Aladar decidió dedicar un número de la revista a apoyar obras solidarias, pensé en dos personas muy queridas, que tienen sendas hermanas con discapacidad intelectual y que han convertido una innegable fuente de dolor en testimonio de vida. Una de ellas ha volcado miles de horas en cuidar de seres tan indefensos como Beau Radley, a través de la FUNDACIÓN AMPAO (www.fundacionampao.org), que ha dado infatigable soporte a su hermana. Esta ONG proporciona ocio a personas con discapacidad intelectual y consigue así mejorar sustancialmente sus vidas y dar apoyo a sus familias. También sirve para integrarles mejor en nuestra sociedad, que sale ganando a su vez con ello, porque reconozcámoslo, estamos más que necesitados de experimentar que en este mundo todavía hay inocencia, para seguir teniendo fe en la humanidad.
La película está sensiblemente dirigida por Robert Mulligan y lo más destacado del conjunto son tanto el guión de Horton Foote (ganador de un Oscar), que supo traducir la novela al lenguaje visual de manera que toda su esencia permaneciera, como las interpretaciones. Los dos actores que dieron vida a los dos entrañables hermanos se identificaron completamente con ellos y no se aprecia el menor artificio en sus actuaciones. Gregory Peck encarnó a Atticus Finch, personaje que encabeza la lista de los 100 principales héroes del cine norteamericano según el American Film Institute. En la vida real, Peck era un convencido de la importancia de lograr un mundo igualitario, desde que en su infancia presenció cómo una familia afroamericana abandonaba su ciudad porque les había amenazado el Ku Klux Klan. Tal vez por su eso, su interpretación, que le valió su único Oscar, se eleva por encima del resto de su filmografía.
Peck le regaló a Atticus su voz profunda y solemne, su mirada reconcentrada, su contención, su presencia digna y caballerosa, su gesto adusto, su ocasional vehemencia y sus gestos impregnados de sobria ternura hacia los niños. Y Atticus le revistió a cambio a Peck de un aura eterna de integridad y valor inexpugnables. ¿Verdad que ambos salieron bien parados del acuerdo?
A lo largo del metraje hay infinidad de momentos difíciles de olvidar y cuya principal virtud reside en que están contemplados a través de la mirada inicialmente ingenua y cada vez más sabia de Scout, quien acaba el relato reconociendo que después de lo vivido, a ella y a Jem les quedó poco que aprender sobre la vida. Desde sus ojos vemos el momento en que Atticus se planta frente a un grupo de hombres armados que le exigen que les entregue al prisionero negro para lincharlo, la secuencia en que el abogado defiende con pasión al acusado ante un jurado blanco lleno de prejuicios o el instante en el que los ciudadanos de color se ponen en pie en su balcón apartado del juzgado, para rendirle un mudo homenaje al protagonista.
A quien todavía no haya visto esta película, le animo de corazón a que lo haga. A quien ya la haya disfrutado, le propongo que se dé el gustazo de un nuevo visionado. Y a todos ustedes, les pido que ayuden a la FUNDACIÓN AMPAO, para contribuir a que los Beau Radley de este mundo no tengan que sufrir el aislamiento social que padeció nuestro querido personaje.
A. M. P. A. O. – Ocio y Tiempo Libre para Personas con Discapacidad Intelectual
C/ Antonio Pérez, 19, Bo C. 28002. Madrid. Telf: 91 564 00 00 / 639 84 68 35
ampao@fundacionampao.com
www.fundacionampao.org
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