Picasso y el arte moderno (en el taller)

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Para todos es de sobra conocido lo que representa la figura de Pablo Picasso dentro del arte moderno y lo de menos, aquí, es si el pintor y escultor malagueño fue más cubista que naturalista, o viceversa. Eso parece hoy carente de sentido para un espectador común o medio e incluso mínimamente versado en estas lides.
En la exposición que se celebra en Madrid se pretende mostrar el trabajo de taller de un gran pintor y dibujante que como saben sólo unos pocos triunfa aún hoy día más fuera que dentro de su propio país.
Ha tenido que ser precisamente esta exposición de carácter gratuito, donde de un modo algo obtuso, nos lleguen grandes obras. La financiación es de lo más variopinta: desde el Philadelphia Museum of Art, la Phillips Collection de Washington, pasando por el Centre Pompidou parisino, la Tate londinense, hasta el Museo de Arte Moderno de Kioto, eso sin contar el apoyo museístico de Madrid y Barcelona, por todos conocido, entre otros.
Disfrutar a Picasso en su taller desde la mera fruición o goce estético es tarea complicada y esto es porque, como los grandes, Pablo era esencialmente un bromista en su actitud con el arte, de tal forma que tras años de rigurosa disciplina y con tal de no repetirse, acabó convirtiendo en arte todo lo que tocaba, y aún así el monstruo no le devoró.
Si ustedes quieren ejercer de voyeurs, no vengan a esta exposición, pues encontrarán más recursos espiando a su vecina o vecino o simplemente observando la realidad que les rodea. Complejas naturalezas muertas (aún así muchas de ellas carentes de un estudio riguroso de la perspectiva afeada adrede), mandolinas sin cuerdas y extrañas figuras así lo atestiguan, de tal forma que de las más de 80 obras expuestas (se incluyen fotografías disparadas por su hija en su apartamento de París poco antes de morir), no llegan a veinte las grandes en que cualquier paseante con mínima atención dispersa, consigue pararse a ver. Las multitudes también a veces son pavorosas para este tipo de eventos.
Decíamos que Picasso fue un bromista y así lo atestigua su obra importada de Cannes, “Las Meninas”, donde emula desde los egipcios o el cubismo (quién sabe) al mismísimo Diego Velázquez, pintor sevillano del Siglo de Oro. El conocimiento que Picasso tenía de este portentoso lienzo, sin ser exhaustivo en la forma, sí lo es en el retrato de sus figuras. También llama mucho la atención el cuadro denominado “El taller”, que ilustra no sólo un gusto por la curva femenina (más desde un punto de vista apolíneo que dionisíaco) que suscita siempre una contradicción manifiesta entre vida y obra (no trataba muy bien a sus modelos, según parece), sino una idea global del que fue el estilo al que más nos acostumbró.
Esta nueva selección merece ser vista, por otro lado, por los dibujos situados en la planta baja; en concreto, merecen la pena dos: “Modelo, escultura de espaldas y cabeza barbuda” y “Escultor, modelo y busto esculpido”, ambas compradas por la Fundación Mapfre. Al verlas, adoptamos la posición inevitable de la posible rapidez con que fueron ejecutadas, que integra el virtuosismo con el lápiz o el punzón y la necesidad de remontarse a los orígenes a través de arabescos (o lo que para él deberían serlo) del arte dentro del arte. Suponen a su vez un retorno al clasicismo donde no hay homenaje explícito e imaginamos que sigue siendo la mujer quién la protagoniza desde esa perspectiva que ya decíamos.
El lienzo que hace referencia al detalle del perchero tubería de su habitación nos da debida cuenta de que no fueron sólo Rafael, Rembrandt, Degas, Delacroix o Manet quienes influyeron en el autor. También lo son y serán, artistas conceptuales que juegan con interpretaciones más abiertas. Aquí se nos viene a la mente, como antecedente ineludible, París como ciudad de la bohemia artística durante aquellos dorados años veinte que en pintura resultaron tan decisivos. Rompedores, sí, pero más respetados por el gran público (obviando el desprecio por Dadá en algunos sectores), aún hoy, que las vanguardias literarias, por ejemplo.
Al escribir sobre Picasso, nos encontramos con que su obra, y no precisamente toda, ha pasado a formar parte de la iconografía popular. De este modo, “Las señoritas de Avignon”, el “Guernika”, o ese autorretrato de 1906 importado de Estados Unidos, son ya miembros de propio derecho, tal vez más de la calle que de la cultura más erudita (aunque también). Miembros como lo son las Marilyn en negativo o los botes de sopa Campbell de Andy Warhol. Y lo son por propio derecho, a pesar de que las dos primeras no se incluyan aquí.
Se trata pues de una exposición deliberadamente completa en sus fines, divertida si se quiere, que atrae más por su precio que por lo que ofrece y que al artista le hubiera encantado presenciar, dado no sólo su carácter humorístico y provocador, sino también por la habilidad casi innata con los materiales.

FUNDACIÓN JUAN MARCH- MAPFRE
Paseo de Recoletos 23
28004 Madrid
www.exposicionesmapfrearte.com