Punk Rock: Víctor de la Fuente o el salvajismo contagioso
Punk Rock es una propuesta de La Joven Compañía de la que se puede disfrutar dentro de la programación de los Veranos de la Villa de Madrid. Destaca en la obra el trabajo de Víctor de la Fuente, uno de esos actores de raza que muy pocas veces encontramos en el camino.
Cuando voy al teatro siempre me ocurren dos cosas que me hacen sentir incómoda. La primera tiene lugar después de silenciar mi móvil, cuando las luces se apagan y las últimas toses y folletos agitándose empiezan a difuminarse en una atmósfera de expectación. De pronto, me entra un pavor incontrolable a que alguna alarma despistada que se me haya olvidado desconectar empiece a sonar en cualquier momento de la función. Reviso el teléfono una, dos, hasta tres veces. La segunda sucede al final, cuando los actores salen a saludar. Observo sus ojos, brillantes, que ofrecen un gesto de gratitud hacia las butacas, que luego se miran entre ellos, cómplices, felices, quizás aún excitados. Y mientras entrelazan sus manos, y hacen reverencias, y una banda sonora de aplausos llena el espacio, no puedo evitar emocionarme. Como una imbécil, se me humedecen los ojos. Siento ilusión. Cuando además esos actores que saludan, conscientes de haber hecho un gran trabajo, son jóvenes de mi misma edad llenos de talento y reflejo de estar cumpliendo un gran sueño, esa emoción crece todavía más.
Con esta sensación salí del Teatro Conde Duque el pasado viernes 10 de julio después de ver Punk Rock, una producción de La Joven Compañía que ha vuelto a estar en cartel en el citado teatro durante los Veranos de la Villa. Escrita por Simon Stephens e interpretada por Alejandro Chaparro, Víctor de la Fuente, Samy Khalil, Helena Mocejón, Álvaro Quintana, María Romero y Carolina Yuste bajo la batuta de José Luis Arellano; la obra te roba el aliento desde el primer momento, cuando estos siete actores irrumpen en escena agitando la cabeza y sus puños al ritmo del punk rock. La pieza habla sobre lo que les ocurre a siete adolescentes de diecisiete años a punto de examinarse de Selectividad, a punto de convertirse en adultos. Y de manera paradójica, los jóvenes intérpretes que dan vida a estos personajes demuestran en Punk Rock, con su energía incansable, haberse convertido ya, quizás hace tiempo, en adultos sobre las tablas.
De forma especial, llama mi atención el trabajo de Víctor de la Fuente, quien interpreta a William y cobra absoluto protagonismo en el desenlace de la obra. Éste es, quizás, el personaje que mejor refleja ese proceso de madurez; un proceso tormentoso, solitario, lleno de miedos, complejos, preguntas. Con una interpretación exquisita, William es al comienzo de la obra un chaval tierno, tanto que su encanto le hace incluso cómico. Poco a poco, su personalidad va oscureciéndose hasta alcanzar una degradación tal que no puede evitar seguir sus pulsiones más desesperadas. De la inocencia adolescente a un animal malherido en una evolución notoria, pero tan justificada, tan cuidada en su interpretación, que resulta casi imperceptible reconocer las huellas del proceso, erigiéndose así como un camino limpio, sin piedras ni obstáculos, en el que todo fluye y lleva al personaje de un extremo al otro.
A pesar de su juventud, Víctor muestra una madurez interpretativa poco común. He tenido el placer de coincidir con él en el Taller SetentaYCinco, organizado por La Joven Compañía. Me gusta observarle trabajar. Descubro a un actor que arriesga, juega y gana. Trabajando un texto de Diego Garrido, A solas con el monstruo, se pone en la piel de un tipo oscuro, desafiante, que canaliza sus complejos a través del abuso hacia los demás. Ya en plena acción, en un primer pase sin todavía dirección, nada le impide recorrer con su lengua, intimidante, la mejilla de su compañero de escena. Su cuerpo inmóvil. Silencio. Me recorre un escalofrío, siento yo su lengua gélida, miedo. No le hace falta nada más que esa inmovilidad y ese silencio. Siento profunda admiración por su salvajismo; por un actor salvaje y fuerte que lo es sin quererlo. Admiración, quizás envidia, por los riesgos de sus propuestas, por una profesionalidad en la que no tienen cabida los tabús. Tabús que le impedirían orinar en medio de un escenario ante decenas de personas, como ocurre, ante el asombro del público, en Punk Rock.
Le observo trabajar y no puedo evitar querer ser yo también una actriz salvaje, dispuesta a todo. Cuando un actor consigue que durante el montaje de una obra todos sus compañeros abandonen su posición de escena para poder disfrutar de su trabajo significa que algo muy mágico está pasando. Pero no se trata de hacer magia, sino de crear vida. Y Víctor la crea. Al ritmo del punk rock. O no. Porque el teatro es dar vida. Y en la vida todo vale.
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