Roberto Devereux: La zona oscura de eso que llamamos amor

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La temporada operística arranca en el Teatro Real de Madrid. Lo hace con Gaetano Donizetti. La obra Roberto Devereux, sin ser la más conocida de este compositor, llena el escenario de esas cosas de las que tanto se ha hablado desde que el hombre es hombre y que ha sufrido desde el principio de los tiempos: injusticia, venganza, infidelidad, traición, celos, muerte y amor auténtico.

Desde que Homero dejó escritas sus obras, todos los autores de la historia han seguido hablando de las mismas cosas. Amor, muerte, venganza, envidia, guerra, injusticia… Más que nada porque todos los autores han tratado de explicar qué es eso que nos ocurre a los que nos pasamos un rato por este mundo. Dicho de otra forma, los autores de todos los tiempos han querido pasar a limpio la vida intentando encontrar un sentido a nuestra existencia.

Gaetano Donizetti no fue una excepción. Y se interesó por un capítulo que protagonizó la reina Isabel I y su pariente Roberto Devereux que contenía todos los ingredientes necesarios para contar una historia repleta de esas cosas a las que me refería. Es verdad que la ambición y la arrogancia de Devereux se convierten en inocencia y amor verdadero y que la reina amenazada, arrasada por las circunstancias, se convierte en una especie de brutal depredadora; pero eso ya es el resultado de las vueltas que los autores dan a las cosas para que funcionen sobre un escenario. El interés de Donizetti se tradujo en la ópera Roberto Devereux.

La producción de la Welsh National Opera de Cardiff que presenta el Teatro Real resulta opresiva, inquietante. Las sombras invaden el escenario en un intento del director de escena Alessandro Talevi por trasladarnos a un mundo en el que todo se tiñe de oscuridad. Tan solo algunos elementos del vestuario remarcan la psicología del personaje que lo luce. El rojo más pasional de la reina en contraste con la calma de una falda añil que porta la duquesa de Nottingham. Todo son sombras. Y todos lo son. Sabemos lo que sucede fuera del palacio al dibujarse los contornos en el fondo translúcido que encoge el escenario. La silueta de la reina que cambia su vestido rojo por uno negro y que es el presagio de la tragedia que llega; los contornos del pueblo implorante que no pinta nada en la corte, para los protagonistas de la obra.

Y todo esto está muy bien. El problema es que tanta oscuridad, tanta inquietud, se traslada más allá de lo que cabría esperar. Andriy Yurkevych, sin hacer un mal trabajo, hace que la Orquesta Titular del Teatro Real consiga un sonido que deja algo frío; Ismael Jordi (Roberto Devereux) sin estar mal no logra emocionar; Ángel Ódena (Duque de Nottingham) correctísimo, pero sin el alma suficiente como para que entendamos lo que le sucede; Veronica Simeoni (Sara) y Maria Pia Piscitelli (Elisabetta) estupendas las dos no logran que el público se entusiasme. El gris se instala en la platea porque el espíritu de la obra de Donizetti era otro. Al fin y al cabo, el italiano colocaba sus personajes en un mundo fantástico y bello para que vivieran tragedias enormes. Si esos personajes se tienen que desenvolver entre oscuridades y maldad, se apagan. Y con ellos la ficción que trata de explicar una realidad que es lugar común.

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Resistió bien a este contagio multitudinario el Coro Titular del Teatro Real. Ya he dicho mil veces que es un cheque en blanco y al portador. Sus miembros tuvieron que apechugar con un tránsito por el escenario que, a veces, resultaba algo desordenado y, a veces, estático en exceso. Por ejemplo, en el momento que la reina se convierte en una enorme araña que amenaza a todos cegada por sus celos, el escenario se convierte en un ir y venir sin demasiado sentido. ¿No hubiera resultado igual de perturbadora esa figura inmóvil en el centro del escenario?

El público aplaudió cuando tocaba. Sin demasiado entusiasmo. Esa es la verdad.

Un estreno correcto que no se recordará mucho más allá del día que deje de representarse.

El argumento

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Roberto Devereux va a ser juzgado en Londres por alta traición. Es el favorito de la reina Elisabetta.
La duquesa de Nottingham, Sara, está enamorada de Roberto. Este es el mejor amigo de su esposo.
La reina Elisabetta confía en Sara. Le confiesa sus dudas sobre Roberto. El duque confiesa a Roberto cómo ve de triste a su esposa. Roberto confiesa a la reina que ama a otra mujer. Roberto reprocha su matrimonio a la duquesa y la duquesa reprocha a su amado el haberse convertido en el favorito de la reina. Un verdadero enredo.
Finalmente, Roberto es condenado a muerte. Al ser detenido, encuentran en su poder un chal de Sara que su marido reconoce y la reina toma como prueba de infidelidad. A pesar de las presiones, Roberto no confiesa el nombre de la persona que se lo entregó: Sara.
Roberto pide a Sara que entregue un anillo que está en su poder y que la reina le regalo como salvoconducto de vida. Pero el duque se entera e impide la salida de Sara de su residencia. Sara consigue llegar hasta Elisabetta y esta intenta impedir la ejecución de Roberto. Pero ya es tarde. Sara confiesa ante la reina que es ella el gran amor de Roberto.
La reina abdica al no soportar la tristeza y la visión de un Roberto decapitado que se le aparece de forma inesperada.