Sentir la guerra

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Nunca antes el cine había sido capaz de reflejar tan certeramente la visión de la guerra desde el punto de vista del soldado, salvo en la secuencia inicial del desembarco de Normandía en Salvad al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998). Pero la diferencia es que esta vez, en Restrepo, los soldados no son actores. Y la guionista es la propia guerra.

El reconocido crítico de cine David Eldestain escribió que Restrepo era un documental ambientado en un mundo casi alienígena con un toque de surrealismo.  En cambio, -afirmaba-, no podía existir un cine más alejado del escapismo.

En Restrepo sus directores, los reporteros Tim Hentherintong –asesinado por un mortero en Libia en 2011, poco después de estrenar la película-, y Sebastian Junger, se empotraron en un comando del ejército norteamericano en Afganistán. Su objetivo era tratar de mostrar su profundo interés y respeto por la realidad que vivían los soldados. Pero ¿qué es la realidad? En Restrepo nos encontramos un reflejo de la riqueza y la ambigüedad de la vida de los soldados, pero más allá de la observación objetiva. La realidad humana, cuando se encuentra bajo presión, se convierte en surrealismo y alucinación, como se observa brillantemente en este documental. La mezcla de lo cotidiano y el horror de la guerra, soldados casi infantiles en sus comportamientos, a ratos destrozados y hundidos en sus testimonios a la cámara, quedan convertidos, en la escena siguiente, en terribles guerreros capaces de todo. Es aquí donde las percepciones de los directores quedan incluidas en el resultado final como parte de la rica narrativa resultante.

Candidata al Óscar al mejor documental en 2011 y galardonada con numerosos premios, Restrepo narra el despliegue de un pelotón de soldados estadounidenses en el Valle de Korengal en Afganistán,  considerado uno de los destinos más peligrosos para las tropas de los EE.UU. Quince  hombres se esmeraron en construir un pequeño fortín en el epicentro del fuego enemigo, al que llamaron Restrepo en honor de uno de sus compañeros muerto en acción. Se trata de una película totalmente experimental: las cámaras nunca dejan el valle, predominan los planos subjetivos del combate, y no hay entrevistas con generales o diplomáticos. Tan sólo los testimonios de los soldados que viven el día a día de la guerra. Ese es el objetivo: hacer que los espectadores se aproximen a la visión que tienen de la guerra aquellos que viven y mueren en ella, estableciendo sus propias conclusiones.

Los dos reporteros-directores de este documental dejaron clara su intencionalidad al rodar Restrepo. Su objetivo fue capturar la experiencia de combate, desde el aburrimiento hasta el terror, a través de los ojos de los propios soldados. No entrevistaron a sus familias o a los afganos, no exploraron debates geopolíticos. Las experiencias de los soldados son la clave para entender, independientemente de las creencias políticas. En Restrepo no hay datos cuantitativos, solo cualitativos; los directores permanecen siempre junto a los soldados pero nunca inciden en sus actitudes y mucho menos en sus respuestas. Dejan fluir la historia como si de un río se tratase, y sólo en ciertos momentos, para mantener el ritmo e incidir en el dramatismo de los acontecimientos, interrumpen la acción con los testimonios de los propios soldados.

Restrepo es casi un manual de hacer cine con mínimos recursos, y no nos referimos solo a los medios técnicos. Sus directores prefieren la veracidad a la calidad, en busca de una imagen que sea lo más creíble posible. Por ello no existen casi panorámicas, ni una estética consensuada. Las imágenes surgen porque surge la realidad de la guerra a cada paso. La calidad cinematográfica pasa a un segundo plano en busca de un neorrealismo, propiciado por la utilización de planos subjetivos rodados por los propios soldados, con las cámaras entrando en batalla sobre sus cascos.

En Restrepo las entrevistas constituyen la justi­ficación de una de las realidades que trata de mostrar el documental: cómo ir a la guerra influye en la visión que los soldados tienen de la misma. En contraposición, los que creen saber qué es la guerra antes de toparse contra ella: el patriotismo, el honor, el sueño americano. Todo esto ayuda a que los jóvenes estadounidenses se cieguen con una idea confusa e idealizada de lo que es la guerra, y esa idea cae por su propio peso cuando, según palabras de los soldados,  «llegas a mitad de ninguna parte,  lejos de todo y de todos y piensas: mierda, no estamos listos para esto, pero ¿dónde me he metido? Estoy seguro de que moriré aquí. Y ni siquiera sabes por qué tenemos cascos, si no son capaces de detener las balas que vienen de las montañas…»

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Junger y Hetherington se introducen en el grupo pasando a formar parte de él, al modo en que los antropólogos estudian una tribu mimetizándose con ella. Es un regreso al cine de Jean Rouch y sus documentales antropológicos.  De este modo, formando parte de la historia, pueden rodar sin que la subjetividad de un encuadre u otro in­jiera en la narración. Por ese motivo se narra desde el presente —mostrando imágenes del día a día del pelotón—,  para después analizarlas desde un futuro -a través de las entrevistas-, hablando en pasado, recalcando así que la perspectiva de la guerra en las entrevistas es una perspectiva fundamentada en la experiencia.

En el aspecto testimonial radica la esencia de este documental. Junger y Hetherigton no quieren opinar sobre la guerra, aunque podrían hacerlo porque la han vivido en primera persona. Y porque la conocen, saben que no es necesario opinar sobre ella;  cada uno tiene su propia visión cuando está inmerso en ella. Este es el motivo por el cual decidieron abordar esta realidad desde una perspectiva  neutra. Ni los directores ni el guión tratan de condicionar la reflexión del espectador recurriendo burdamente a una narración cinematográfi­ca al estilo clásico de tres actos,  incidiendo en el dramatismo o recurriendo a los viejos trucos que impuso la ficción en Hollywood.

Imágenes hiperrealistas rodadas in situ, sonido directo, testimonios de los protagonistas. Son los tres pilares en los que se fundamenta la capacidad de hacernos vivir la guerra en primera persona de Restrepo. La grandeza de este documental radica en que consigue que el espectador sienta, literalmente, la guerra en sus carnes.

Emma Camarero es profesora de comunicación de la Universidad Loyola Andalucía y directora de cine documental